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Klassenkampf in Frankreich
Karl Marx
(1850)

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Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850 As lutas de classes na França
I. la derrota de jUnio de 1848I — A derrota de Junho de 1848
Tras la revolución de Julio [33] , cuando el banquero liberal Laffitte acompañó en su entrada triunfal en el ayuntamiento de París a su cómplice, el duque de Orleans [34] , dejó caer estas palabras: “Desde ahora, do minarán los banqueros”. Laffitte había traicionado el secreto de la revolución.

La que dominó bajo Luis Felipe no fue la burguesía francesa sino una fracción de ella: los banqueros, los reyes de la Bolsa, los reyes de los ferrocarriles, los propietarios de minas de carbón y de hierro y de explotaciones forestales, y una parte de los terratenientes aliada a ellos: la llamada aristocracia financiera. Ella ocupaba el trono, dictaba leyes en las cámaras y adjudicaba los cargos públicos, desde los ministerios hasta los estancos.

La burguesía industrial propiamente dicha constituía una parte de la oposición oficial, es decir, solo estaba representada en las cámaras como una minoría. Su oposición se manifestaba más decididamente a medida que se destacaba más el absolutismo de la aristocracia financiera y a medida que la propia burguesía industrial creía tener asegurada su dominación sobre la clase obrera después de las revueltas de 1832, 1834 y 1839, ahogadas en sangre [35] . G randin, fabricante de Ruan, que tanto en la Asamblea Nacional Constituyente como en la Legislativa había sido el portavoz más fanático de la reacción burguesa, era en la Cámara de los Diputados el adversar io más violento de Guizot [36] . Faucher [37] , conocido más tarde por sus esfuerzos impotentes por llegar a ser un Guizot de la contrarrevolución francesa, sostuvo en los últimos tiempos de Luis Felipe una guerra con la pluma a favor de la industria, contra la especulación y su caudatario, el Gobierno. Bastiat [38] desplegaba una gran agitación en contra del sistema imperante, en nombre de Burdeos y de toda la Francia vinícola.

La pequeña burguesía en todas sus gradaciones, al igual que la clase campesina, había quedado completamente excluida del poder político. Finalmente, en el campo de la oposición oficial o completamente al margen del pays légal [39] se encontraban los representantes y portavoces ideológicos de las citadas clases, sus sab ios, sus abogados, sus médicos, etc.; en una palabra, sus llamados “talentos”.

Su penuria financiera colocaba de antemano a la monarquía de Julio [40] bajo la dependencia de la alta burguesía, y su dependencia de la alta burguesía se convertía a su vez en fuente inagotable de una creciente penuria financiera. Imposible supeditar la administración del Estado al interés de la producción nacional sin restablecer el equilibrio del presupuesto, el equilibrio entre los gastos y los ingresos del Estado. Y cómo restablecer este equilibrio sin restringir los gastos públicos, es decir, sin herir intereses que eran puntales del sistema dominante y sin someter a una nueva regulación el reparto de impuestos, es decir, sin transferir una parte importante de las cargas públicas a los hombros de la alta burguesía?

Aún más, el incremento de la deuda pública interesaba directamente a la fracción burguesa que gobernaba y legislaba a través de las cámaras. El déficit del Estado era precisamente el verdadero objeto de sus especulaciones y la fuente principal de su enriquecimiento. Cada año, un nuevo déficit. Cada cuatro o cinco años, un nuevo empréstito. Y cada nuevo empréstito brindaba a la aristocracia financiera una nueva oca sión de estafar a un Estado mantenido artificialmente al borde de la bancarrota; este no tenía más remedio que contratar con los banqueros en las condiciones más desfavorables. Cada nuevo empréstito daba una nueva ocasión para saquear al pú blico que colocaba sus capitales en valores del Estado, mediante operaciones de Bolsa en cuyos secretos estaban iniciados el Gob ierno y la mayoría de la cámara. En general, la inestabilidad del crédito del Estado y la posesión de sus secretos daban a los banqueros y a sus asociados en las cámaras y en el trono la posibilidad de provocar oscilaciones extraordinarias y súbitas en la cotización de los valores del Estado, cuyo resultado tenía que ser siempre, necesariamente, la ruina de una masa de pequeños capitalistas y el enriquecimiento fabulosamente rápido de los grandes especuladores. Y si el déficit del Estado respond ía al interés directo de la fracción burguesa dominante, se explica por qué los gastos públicos extraordinarios hechos en los últimos años del reinado de Luis Felipe ascendieron a mucho más del doble de los gastos públicos extraordinarios hechos bajo N apoleón, habiendo alcanzado casi la suma anual de 400.000.000 de francos, mientras que la suma total de la exportación anual de Francia, por término medio, rara vez se remontaba a 750.000.000. Las enormes sumas que pasaban así por las manos del Estado daban, además, ocasión para contratos de su ministro, que eran otras tantas estafas, para sobornos, malversaciones y granujadas de todo género. La estafa al Estado a gran escala, tal como se practicaba por medio de los empréstitos, se repetía al por menor en las obras públicas. Y lo que ocurría entre la cámara y el Gobierno se reproducía hasta el infinito en las relaciones entre los múltiples organismos de la Administración y los distintos empresarios.

Al igual que los gastos públicos en general y los emprésti tos del Estado, la clase dominante explotaba la construcción de ferrocarriles. Las cámaras echaban las cargas principales sobre las espaldas del Estado y aseguraban los frutos de oro a la aristocracia financiera especuladora. Se recordará el escán dalo que se produjo en la Cámara de los Diputados cuando se descubrió accidentalmente que todos los miembros de la ma yoría, incluyendo una parte de los ministros, se hallaban inte resados como accionistas en las mismas obras de construcción de ferrocarriles que luego, como legisladores, hacían ejecutar a costa del Estado.

En cambio, las más pequeñas reformas financieras se estrellaban contra la influencia de los banqueros. Por ejemplo, la reforma postal. Rothschild [41] protestó. Tenía el Estado derecho a disminuir fuentes de ingresos con las que tenía que pagar los intereses de su creciente deuda?

La monarquía de Julio no era más que una sociedad por acciones para la explotación de la riqueza nacional de Francia, cuyos dividendos se repartían entre los ministros, las cámaras, 240.000 electores y su séquito. Luis Felipe era el director de esta sociedad, un Roberto Macaire [42] en el trono. El comercio, la indus tria, la agricultura, la navegación, los intereses de la burguesía industrial estaban constantemente en peligro y quebranto bajo este sistema. Y la burguesía industrial, en las jornadas de Julio, había inscrito en su bandera: gouvernement à bon marché, un gobierno barato.

Mientras la aristocracia financiera hacía las leyes, regentaba la administración del Estado, disponía de todos los poderes públicos organizados y dominaba a la opinión pública mediante la situación de hecho y mediante la prensa, se repetía en todas las esferas, desde la corte hasta la taberna sórdida, la misma prostitución, el mismo fraude descarado, el mismo afán por enriquecerse, no mediante la producción, sino mediante el escamoteo de la riqueza ajena ya creada. Y señaladamente en las cumbres de la sociedad burguesa se propagó el desenfreno por la satisfacción de los apetitos más malsanos y desordenados, que a cada paso chocaban con las mismas leyes de la burguesía; dese freno en el que, por ley natural, va a buscar su satisfacción la riqueza procedente del juego, desenfreno por el que el placer se convierte en crápula y en el que confluyen el dinero, el lodo y la sangre. La aristocracia financiera, lo mismo en sus métodos de adquisición, que en sus placeres, no es más que el renacimiento del lumpemproletariado en las cumbres de la sociedad burguesa.

Las fracciones no dominantes de la burguesía francesa clamaban: ¡Corrupción! El pueblo gritaba: “¡Abajo los grandes ladrones, abajo los asesinos!” cuando en los círculos más destacados de la sociedad burguesa se representaban pública mente, en 1847, las mismas escenas que por lo general llevan al lum pemproletariado a los prostíbulos, a los asilos, a los manicomios, a los tribunales, al presidio y al patíbulo. La bur guesía industrial veía sus intereses en peligro; la pequeña bur guesía estaba moralmente indignada; la imaginación popular se sublevaba y París estaba inundado de libelos: la dinastía Rothschild, los usureros, reyes de la época, etc., en los que se den unciaba y anatemizaba, con más o menos ingenio, la domina ción de la aristocracia financiera.

La Francia de los especuladores bursátiles había inscrito en su bandera: Rien pour la gloire! [43] La gloria no da beneficios! La paix partout et toujours! [44] La guerra hace caer las cotizaciones por debajo del 3 o del 4 por ciento! Por eso, su política exterior se perdió en una serie de hu millaciones del sentimiento nacional francés, cuya reacción se hizo mucho más fuerte cuando, con la anexión de Cracovia por Austria [45] , se consumó el despojo de Polonia y, cuando, en la guerra suiza del Sonderbund [46] , Guizot se colocó activamente al lado de la Santa Alianza [47] . La victoria de los liberales suizos en este simula cro de guerra elevó el sentimiento de dignidad entre la oposición burguesa de Francia, y la insurrección sangrienta del pueblo en Palermo actuó como una descarga eléctrica sobre la masa popular paralizada, despertando sus grandes pasiones y recuerdos revolucionarios [48] .

Finalmente dos acontecimientos económicos mundiales aceleraron el estallido del descontento general e hicieron que madurase el desasosiego hasta convertirse en revuelta.

La plaga de la patata y las malas cosechas de 1845 y 1846 avivaron la efervescencia general en el pueblo. Como en el resto del continente, la carestía de 1847 provocó en Francia conflictos sangrientos. ¡Frente a las orgías desvergonzadas de la aristocracia financiera, la lucha del pueblo por los víveres más indispensables! En Buzangais, los insurrectos por hambre ajusticiados! [49] En París, estafadores más que ahítos salvados de los tribunales por la familia real!

El otro gran acontecimiento económico que aceleró el estallido de la revolución fue una crisis general del comercio y de la indust ria en Inglaterra. Anunciada ya en el otoño de 1845 por la quiebra general de los especuladores de acciones ferroviarias, contenida durante el año 1846 gracias a una serie de circunstancias mera mente accidentales —como la inminente derogación de los arance les cerealistas—, estalló, por fin, en el otoño de 1847, con las quiebras de los grandes comerciantes de productos coloniales de Londres, a las que siguieron muy de cerca las de los bancos agrarios y los cier res de fábricas en los distritos industriales de Inglaterra. Todavía no se había apagado la repercusión de esta crisis en el continente, cuando estalló la revolución de Febrero.

La devastación del comercio y de la industria por la epidemia econ ómica hizo todavía más insoportable el absolutismo de la aristocracia financiera. La fracción de la burguesía en la oposición impulsó en toda Francia una campaña de agitación en forma de banquetes [50] a favor de una reforma electoral, que debía darle la mayoría en las cámaras y derribar el gobierno de la Bolsa. En París, la crisis industrial trajo, además, como consecuencia particular lanzar al mercado interior una masa de fabricantes y comerciantes al por mayor que, en las circunstancias de entonces, no podían seguir haciendo negocios en el mercado exterior. Estos elementos abrieron grandes tiendas, cuya competencia arruinó en masa a los pequeños comerciantes de ultramarinos y tenderos, lo que provoc ó un sinnúmero de quiebras en este sector de la burguesía de París y su actuación revolucionaria en Febrero. Es sabido cómo Guizot y las cámaras contestaron a las propuestas de reforma con un reto inequívoco; cómo Luis Felipe se decidió, cuando ya era tarde, por un gobierno Barrot; cómo se llegó a colisiones entre el pueblo y las tropas, cómo el ejército se vio desarmado por la actitud pasiva de la Guardia Nacional y cómo la monarquía de Julio hubo de dejar el sitio a un gobierno provisional.

Este gobierno provisional, que se levantó sobre las barricadas de Febrero, reflejaba necesariamente, en su composición, los distintos partidos que se repartían la victoria. No podía ser otra cosa más que una transacción entre las diversas clases que habían derribado conjuntamente la monarquía de Julio, pero cuyos intereses se contraponían hostilmente. Su gran mayoría estaba formada por representantes de la burguesía. La pequeña burguesía republicana, rep resentada por Ledru­Rollin [51] y Flocon; la burguesía republicana, por los hombres de Le National [52] ; la oposición dinástica, por Crémieux, Dupont de l’Eure, etc. La clase obrera no tenía más que dos representantes: Luis Blanc [53] y Albert. Finalmente, Lamartine [54] no representaba propiamente en el gobierno provisional ningún int erés real, ninguna clase determinada: era la misma revolución de Febrero, el levantamiento conjunto, con sus ilusion es, su poesía, su contenido imaginario y sus frases. Por lo demás, el portavoz de la revolución de Febrero pertenecía, tanto por su posición como por sus ideas, a la burguesía.

Si París, en virtud de la centralización política, domina a Francia, los obreros, en los momentos de sacudidas revolucionarias, dominan a París. El primer acto del gobierno provisional al nacer fue el intento de sustraerse a esta influencia arrolladora, pasando de apelar al París embriagado para hacerlo a la serena Francia. Lamartine discutía a los luchadores de las barricadas el derecho a proclamar la república, alegando que esto solo podía hacerlo la mayoría de los franceses; había que esperar a que votasen, y el proletariado de París no debía manchar su victoria con una usurpación. La burguesía solo consiente al proletariado una usurpación: la de la lucha.

Hacia el mediodía del 25 de febrero, la república no estaba todavía proclamada, en cambio, todos los ministerios estaban ya repartidos entre los elementos burgueses del gobierno provisional y entre los generales, abogados y banqueros de Le National. Pero los obreros estaban decididos a no tolerar esta vez otro engaño como el de julio de 1830. Estaban dispuestos a afrontar de nuevo la lucha y a imponer la república por la fuerza de las armas. Con esta embajada se dirigió Raspail [55] al Ayuntamiento. En nombre del proletariado de París, ordenó al gobierno provisional que proclamase la república; si en dos horas no se ejecutaba esta orden del pueblo, volvería al frente de 200.000 hom bres. Apenas se habían enfriado los cadáveres de los caídos y apenas se habían desmontado las barricadas; los obreros no estaban desarmados y la única fuerza que se les podía enfrentar era la Guardia Nacional. En estas condiciones desaparecieron los recelos políticos y los escrúpulos jurídicos del gobierno provision al. Aún no había expirado el plazo de dos horas, y todos los muros de París ostentaban ya en caracteres gigantescos las históri cas palabras:

République Française! Liberté, Egalité, Fraternité! [56]

Con la proclamación de la república sobre la base del sufragio universal, se había borrado hasta el recuerdo de los fines y mó viles limitados que habían empujado a la burguesía a la revolución de Febrero. En vez de unas cuantas fracciones de la burguesía, todas las clases de la sociedad francesa se vieron de pronto lanza das al ruedo del poder político, obligadas a abandonar los palcos, el patio de butacas y la galería y a actuar personalmente en la escena revolucionaria. Con la monarquía constitucional había desaparecido también toda apariencia de un poder estatal indepen diente de la sociedad burguesa y toda la serie de luchas derivadas que el mantenimiento de esta apariencia provoca.

El proletariado, al dictar la república al gobierno provisional y, a través del gobierno provisional, a toda Francia, apareció in mediatamente en primer plano como partido independiente, y, al mismo tiempo, lanzó un desafío a toda la Francia burguesa. Lo que el proletariado conquistaba era el terreno para luchar por su emancipación revolucionaria, pero no, ni mucho menos, la emancipación misma.

Lejos de ello, la república de Febrero, antes que nada, tenía que completar la dominación de la burguesía, incorporando a la esfera del poder político, junto a la aristocracia financiera, a todas las clases poseedoras. La mayoría de los grandes terratenientes, los legitimistas, fueron emancipados de la nulidad política a que los había condenado la monarquía de Julio. No en vano La Gazette de France [57] había hecho agitación junto con los periódicos de la oposición, no en vano La Rochejacquelein, en la sesión de la Cámara de los Diputados del 24 de febrero, había abrazado la causa de la revolución. Mediante el sufragio universal, los propietarios nominales, que forman la gran mayoría de Francia, los campesinos, se erigieron en árbitros de los destinos del país. Finalmente, la república de Febrero, al derribar la corona, detrás de la que se escondía el capital, hizo que se manifestase en su forma pura la dominación de la burguesía.

Lo mismo que en las jornadas de Julio habían conquistado luchando la monarquía burguesa, en las jornadas de Febrero los obreros conquistaron luchando la república burguesa. Y lo mismo que la monarquía de Julio se había visto obligada a anunciarse como una monarquía rodeada de instituciones republicanas, la república de Febrero se vio obligada a anunciarse como una república rodea­ da de instituciones sociales. El proletariado de París obligó también a hacer esta concesión.

Marche, un obrero, dictó el decreto por el que el gobierno provisional que acababa de formarse se obligaba a asegurar la exist encia de los obreros por el trabajo, a procurar trabajo a todos los ciudadanos, etc. Y cuando, pocos días después, el gobierno provisional olvidó sus promesas y parecía haber perdido de vista al prol etariado, una masa de 20.000 obreros marchó hacia el Ayuntamiento a los gritos de “¡Organización del trabajo! ¡Queremos un ministerio propio del Trabajo!”. A regañadientes y tras largos debates el gobierno provisional nombró una comisión especial perman ente encargada de encontrar los medios para mejorar la situación de las clases trabajadoras. Esta comisión estaba formada por dele gados de las corporaciones de artesanos de París y presidida por Luis Blanc y Albert. Se le asignó el Palacio de Luxemburgo como sala de sesiones. De este modo, se desterraba a los representantes de la clase obrera de la sede del gobierno provisional. El sector burgués retenía en sus manos de un modo exclusivo el poder efectivo del Estado y las riendas de la administración, y al lado de los ministerios de Hacienda, de Comercio, de Obras Pú blicas, al lado del Banco y de la Bolsa, se alzaba una sinagoga soc ialista, cuyos grandes sacerdotes, Luis Blanc y Albert, tenían la misión de descubrir la tierra prometida, de predicar el nuevo evangelio y de dar trabajo al proletariado de París. A diferencia de todo poder estatal profano no disponían de ningún presupuesto ni de ningún poder ejecutivo. Tenían que romper con la cabeza los pilares de la sociedad burguesa. Mientras en el Luxemburgo se buscaba la piedra filosofal, en el Ayuntamiento se acuñaba la mo neda que tenía circulación.

El caso era que las pretensiones del proletariado de París, en la medida en que excedían el marco de la república burguesa, no podían cobrar más existencia que la nebulosa del Luxemburgo.

Los obreros habían hecho la revolución de Febrero junto con la burguesía; al lado de la burguesía querían también sacar a flote sus intereses, del mismo modo que habían instalado en el gobierno provisional a un obrero al lado de la mayoría burguesa. “¡Organización del trabajo!” Pero el trabajo asalariado es ya la organización existente, la organización burguesa del trabajo. Sin él no hay capital, ni hay burguesía, ni hay sociedad burguesa. “¡Un ministerio propio del Trabajo!”. ¿Es que los ministerios de Hacienda, de Comercio, de Obras Públicas, no son los ministerios burgueses del Trabajo? Junto a ellos, un ministerio proletario del trabajo tenía que ser necesariamente el ministerio de la impotencia, el ministe rio de los piadosos deseos, una comisión del Luxemburgo. Del mismo modo que los obreros creían emanciparse al lado de la bur guesía, creían también poder llevar a cabo una revolución proleta ria dentro de las fronteras nacionales de Francia, al lado de las demás naciones burguesas. Pero las relaciones francesas de producción están condicionadas por el comercio exterior de Francia, por su posición en el mercado mundial y por sus leyes; ¿cómo iba Francia a romper estas leyes sin una guerra revolucionaria europea que repercutiese sobre el déspota del mercado mundial, sobre Inglaterra?

Una clase en la que se concentran los intereses revolucionarios de la sociedad encuentra inmediatamente en su propia situación, tan pronto como se levanta, el contenido y el material para su actua ción revolucionaria: abatir enemigos, tomar las medidas que dictan las necesidades de la lucha. Las consecuencias de sus propios he chos la empujan hacia adelante. No abre ninguna investigación te órica sobre su propia misión. La clase obrera francesa no había llegado aún a esto; era todavía incapaz de llevar a cabo su propia revolución.

El desarrollo del proletariado industrial está condicionado, en general, por el desarrollo de la burguesía industrial. Bajo la dominación de esta, adquiere aquel una existencia a escala nacional que puede elevar su revolución a revolución nacional; crea los med ios modernos de producción, que han de convertirse en otros tan tos medios para su emancipación revolucionaria. La dominación de la burguesía industrial es la que arranca las raíces materiales de la sociedad feud al y allana el terreno, sin lo cual no es posible una revolución prol etaria. La industria francesa está más desarrollada y la burguesía francesa es más revolucionaria que la del resto del continente. Pero la revolución de Febrero, ¿no iba directamente encaminada contra la aristocracia financiera? Este hecho demostraba que la burguesía industrial no dominaba en Francia. La burguesía industrial solo puede dominar allí donde la industria moderna ha modelado a su medida todas las relaciones de propiedad, y la industria solo puede adquirir este poder allí donde ha conquistado el mercado mundial, pues no bastan para su desarrollo las fronteras nacionales. Pero la industria de Francia, en gran parte, solo se asegura su mismo mercado nacional mediante un sistema arancelario prohibitivo más o menos modificado. Por tanto, si el proletariado francés, en un momento de revolución, posee en París una fuerza y una influencia efectivas, que le espolean a realizar un asalto superior a sus med ios, en el resto de Francia se halla agrupado en centros industrial es aislados y dispersos, perdiéndose casi en la superioridad numérica de los campesinos y pequeñoburgueses. La lucha cont ra el capital en la forma moderna de su desarrollo, en su punto culminante —la lucha del obrero asalariado industrial contra el burgués industrial— es, en Francia, un hecho parcial, que después de las jor nadas de Febrero no podía constituir el contenido nacional de la revolución; con tanta mayor razón, cuanto que la lucha contra los modos de explotación secundarios del capital —la lucha del campe sino contra la usura y las hipotecas, del pequeñoburgués contra el gran comerciante, el fabricante y el banquero, en una palabra, con tra la bancarrota— quedaba aún disimulada en el alzamiento gene ral contra la aristocracia financiera. Nada más lógico, pues, que el proletariado de París intentase sacar adelante sus intereses al lado de los de la burguesía, en vez de presentarlos como el interés re volucionario de la propia sociedad, que arriase la bandera roja ante la bandera tricolor [58] . Los obreros franceses no podían dar un paso adelante, no podían tocar ni un pelo del orden burgués, mientras la marcha de la revolución no sublevase contra este orden, contra la dominación del capital, a la masa de la nación —campesinos y pequeñoburgueses— que se interponía entre el proletariado y la burguesía; mientras no la obligase a unirse a los proletarios como a su vanguardia. Solo al precio de la tremenda derrota de Junio [59] podían los obreros comprar esta victoria.

A la comisión del Luxemburgo, esta criatura de los obreros de París, corresponde el mérito de haber descubierto desde lo alto de una tribuna europea el secreto de la revolución del siglo XIX: la emancipación del proletariado. Le Moniteur [60] se ponía furioso cuando tenía que propagar oficialmente aquellas “exaltaciones salvajes” que hasta entonces habían yacido enterradas en las obras apócrifas de los socialistas y que solo de vez en cuando llegaban a los oídos de la burguesía como leyendas remotas, medio espantosas, medio ridículas. Europa se despertó sobresaltada de su modorra burguesa.

Así, en la mente de los proletarios, que confundían la aristocracia financiera con la burguesía en general; en la imagi nación de los probos republicanos, que negaban la existencia misma de las clases o la reconocían, a lo sumo, como consecuencia de la monarquía constitucional; en las frases hipócritas de las fracciones burgue­ sas excluidas hasta entonces del poder, la dominación de la burguesía había quedado abolida con la implantación de la re pública. Todos los monárquicos se convirtieron, por aquel entonc es, en republicanos y todos los millonarios de París en obreros. La palabra que correspondía a esta imaginaria abolición de las relaciones de clase era la fraternité, la confraternización y la fraternidad uni versales. Esta idílica abstracción de los antagonismos de clase, esta conciliación sentimental de los intereses de clase contradictorios, esto de elevarse en alas de la fantasía por encima de la lucha de clases, esta fraternité fue, de hecho, la consigna de la revolución de Febrero. Las clases estaban separadas por un simple equívoco, y Lamartine bautizó al gobierno provisional, el 24 de febrero, como “un gouvernement qui suspend ce malentendu terrible qui existe entre les différentes classes” [61] . El proletariado de París se dejó llevar con deleite por esta borrachera generosa de fraternidad.

A su vez, el gobierno provisional, que se había visto obligado a proclamar la república, hizo todo lo posible por hacerla aceptable para la burguesía y para las provincias. El terror sangriento de la Primera República Francesa fue desautorizado mediante la abolición de la pena de muerte para los delitos políticos; se dio libertad de prensa para todas las opiniones; el ejército, los tribunales y la administración siguieron, salvo algunas excepciones, en manos de sus antiguos dignatarios y a ninguno de los altos delincuentes de la monarquía de Julio se le pidió cuentas. Los republicanos burgueses de Le National se divertían en cambiar los nombres y los trajes monárquicos por nombres y trajes de la antigua república. Para ellos, la república no era más que un nuevo traje de baile para la vieja sociedad burguesa. La joven república buscaba su mérito principal en no asustar a nadie, más bien, en asustarse constantemente a sí misma, en prolongar su existencia y desarmar a los que se resistían, haciendo que esa existencia fuera blanda y condescendiente y no resistiéndose a nada ni a nadie. Se proclamó en voz alta, para que lo oyesen las clases privilegiadas de dentro y los poderes despóticos de fuera, que la república era de naturaleza pacífica. Vivir y dejar vivir era su lema. A esto se añadió que, poco después de la revolución de Febrero, los alemanes, los polacos, los austríacos, los húngaros y los italianos se sublevaron cada cual con arreglo a las características de su situación concreta. Rusia e Inglaterra, esta estremecida también y aquella atemorizada, no estaban preparadas. La república no encontró ante sí ningún enemigo nacional. Por tanto, no existía ninguna gran complicación exterior que pudiera encender la energía para la acción, acelerar el proceso revolucionario y empujar hacia adelante al gobierno provisional o echarlo por la borda. El proletariado de París, que veía en la república su propia obra, aclamaba, naturalmente, todos los actos del gobierno provisional que le ayudaban a afirmarse con más facilidad en la sociedad burguesa. Se dejó emplear de buena gana por Caussidière [62] en servicios de policía para proteger la propiedad en París, como dejó que Luis Blanc fallase con su arbitraje las disputas de salarios entre obreros y patronos. Era su cuestión de honor el mantener intacto a los ojos de Europa el honor burgués de la república.

La república no encontró ninguna resistencia, ni de fuera ni de dentro. Y esto la desarmó. Su misión no consistía ya en transformar revolucionariamente el mundo; consistía solamente en adaptarse a las condiciones de la sociedad burguesa. Las medidas financieras del gobierno provisional testimonian con más elocuencia que nada con qué fanatismo acometió esta misión.

El crédito público y el crédito privado estaban, naturalmente, quebrantados. El crédito público descansa en la confianza de que el Estado se deja explotar por los usureros de las finanzas. Pero el vie­ jo Est ado había desaparecido y la revolución iba dirigida, ante todo, contra la aristocracia financiera. Las sacudidas de la última crisis comercial europea aún no habían cesado. Todavía se producía una bancarrota tras otra.

Así, pues, ya antes de estallar la revolución de Febrero el crédito privado estaba paralizado, la circulación de mercancías entorpecida y la producción estancada. La crisis revolucionaria agudizó la crisis comercial. Y si el crédito privado descansa en la confianza de que la producción burguesa se mantiene intacta e intangible en todo el conjunto de sus relaciones, de que el orden burgués se mantiene intacto e intangible, ¿qué efectos había de producir una revolución que ponía en tela de juicio la base misma de la producción burguesa —la esclavitud económica del proletariado—, que levantaba frente a la Bolsa la esfinge del Luxemburgo? La emancipación del proletariado es la abolición del crédito burgués, pues significa la abolición de la producción burguesa y de su orden. El crédito público y el crédito privado son el termómetro económico por el que se puede medir la intensidad de una revolu ción. En la misma medida en que aquellos bajan, suben el calor y la fuerza creadora de la revolución.

El gobierno provisional quería despojar a la república de su apariencia antiburguesa. Por eso, lo primero que tenía que hacer era asegurar el valor de cambio de esta nueva forma de gobierno, su cotización en la Bolsa. Con la cotización de la república en la Bolsa volvió a elevarse, necesariamente, el crédito privado.

Para alejar la más mínima sospecha de que la república no quisiese o no pudiese hacer honor a las obligaciones legadas por la monarquía, para despertar la fe en la moral burguesa y en la solvencia de la república, el gobierno provisional acudió a una fanfarronada tan indigna como pueril: la de pagar a los acreedores del Estado los intereses del cinco, del cuatro y medio y del cuatro por ciento antes del vencimiento legal. El aplomo burgués, la arrogancia del capitalista se despertaron en seguida al ver la prisa angustiosa con que se procuraba comprar su confianza.

Naturalmente, las dificultades pecuniarias del gobierno provisional no disminuyeron con este golpe teatral, que lo privó del dinero en efectivo de que disponía. La apretura financiera no podía seguirse ocultando, y los pequeñoburgueses, los criados y los obreros hubieron de pagar la agradable sorpresa que se había deparado a los acreedores del Estado.

Las libretas de las cajas de ahorro con sumas superiores a cien francos se declararon no canjeables por dinero, fueron confiscadas y convertidas por decreto en deuda pública no amortizable. Esto hizo que el pequeñoburgués, ya de por sí en aprietos, se irritase contra la república. Al recibir, en sustitución de su libreta, títulos de deuda pública se veía obligado a ir a la Bolsa a venderlos, poniéndose así directamente en manos de los especuladores de la Bolsa contra los que había hecho la revolución de Febrero.

La aristocracia financiera, que había dominado bajo la monarquía de Julio, tenía su iglesia episcopal en el banco. Y del mismo modo que la Bolsa rige el crédito del Estado, la banca rige el crédito comercial. Amenazada directamente por la revolución de Febrero, no solo en su dominación, sino en su misma existencia, la banca procuró desacreditar desde el primer momento la república, generalizando la falta de crédito. Se lo retiró súbitamente a los banqueros, a los fabricantes, a los comerciantes. Esta maniobra, al no provocar una contrarrevolución inmediata, por fuerza tenía que repercutir en perjuicio de la propia banca. Los capitalistas retiraron el dinero que tenían depositado en los sótanos de los bancos. Los tenedores de billetes acudieron en tropel a las ventanillas de los bancos a canjearlos por oro y plata.

El gobierno provisional podía obligar a la banca a declararse en quiebra, sin ninguna injerencia violenta, por vía legal; para ello no tenía más que mantenerse a la expectativa, abandonando a la banca a su suerte. La quiebra de la banca hubiera sido el diluvio que, en un abrir y cerrar de ojos, barriese del suelo de Francia a la aristocracia financiera, la más poderosa y la más peligrosa enemiga de la república, el pedestal de oro de la monarquía de Julio. Y una vez quebrada la banca, la propia burguesía, en un último intento desesperado de salvación, vería necesario que el Gobierno crease un Banco Nacional y sometiese el crédito nacional al control de la nación.

Pero lo que hizo el gobierno provisional fue, por el contrario, dar curso forzoso a los billetes de banco. Y aún hizo más. Convirt ió todos los bancos provinciales en sucursales del Banco de Fran cia, permitiéndole así lanzar su red por toda Francia. Más tarde, le hipotecó los bosques del Estado como garantía de un empréstito que contrajo con él. De este modo, la revolución de Febrero reforzó y amplió directamente la bancocracia que venía a derribar.

Entretanto, el gobierno provisional se encorvaba ante la pesadilla de un déficit cada vez mayor. En vano mendigaba sacrificios patrióticos. Solo los obreros le echaron una limosna. Había que recurrir a un remedio heroico: establecer un nuevo impuesto. ¿Pero a quién gravar con él? ¿A los lobos de la Bolsa, a los reyes de la Banca, a los acreedores del Estado, a los rentistas, a los industrial es? No era por este camino por el que la república se iba a ganar la voluntad de la burguesía. Eso hubiera sido poner en peligro con una mano el crédito del Estado y el crédito comercial, mientras con la otra se le procuraba rescatar a fuerza de grandes sacrificios y humillaciones. Pero alguien tenía que ser el pagano. Y quién fue sacrificado al crédito burgués? Jacques le bonhomme, el campesino [63] .

El gobierno provisional estableció un recargo de 45 céntimos por franco sobre los cuatro impuestos directos. La prensa gubernamental, para engañar al proletariado de París, le contó que este impuesto gravaba preferentemente a los grandes terratenientes, recaía sobre los beneficiarios de los mil millones conferidos por la Restauración [64] . Pero, en realidad, iba sobre todo contra el campesinado, es decir, contra la gran mayoría del pueblo francés. Los campesinos tenían que pagar las costas de la revolución de Feb rero; de ellos sacó la contrarrevolución su principal contingente. El impuesto de los 45 céntimos era para el campesino francés una cuestión vital y la convirtió en cuestión vital para la república. Desde este momento, la república fue para el campesino francés el impuesto de los 45 céntimos y en el proletario de París vio al dilap idador que se daba buena vida a costa suya.

Mientras que la revolución del 1789 comenzó liberando a los campesinos de las cargas feudales, la revolución de 1848, para no poner en peligro al capital y mantener en marcha su máquina es tatal, se inauguró con un nuevo impuesto cargado sobre la población campesina.

Solo había un medio con el que el gobierno provisional podía eliminar todos estos inconvenientes y sacar al Estado de su viejo cauce: la declaración de la bancarrota del Estado. Recuérdese cómo, posteriormente, Ledru­Rollin dio a conocer en la Asamblea Nacional la santa indignación con que había rechazado esta su gestión del usurero bursátil Fould, actual ministro de Hacienda en Francia. Pero lo que Fould le había ofrecido era la manzana del árbol de la ciencia.

Al reconocer las letras de cambio libradas contra el Estado por la vieja sociedad burguesa, el gobierno provisional había caído bajo su férula. Se convirtió en deudor acosado de la sociedad burguesa, en vez de enfrentarse a ella como un acreedor amenazante que venía a cobrar las deudas revolucionarias de muchos años. Tuvo que consolidar el vacilante régimen burgués para poder atender a las obligaciones que solo hay que cumplir dentro de este régimen. El crédito se convirtió en cuestión de vida o muerte para él y las concesiones y promesas hechas al proletariado en otros tantos grilletes que era necesario romper. La emancipación de los obreros —incluso como frase— se convirtió para la nueva república en un peligro insoportable, pues era una protesta constante contra el restablecimiento del crédito, que descansaba en el reconocimiento neto e indiscutido de las relaciones económicas de clase existentes. No había más remedio, por tanto, que terminar con los obreros.

La revolución de Febrero había echado de París al ejército. La Guardia Nacional, es decir, la burguesía en sus diferentes grada ciones, constituía la única fuerza. Sin embargo, no se sentía lo bas tante fuerte para hacer frente al proletariado. Además, se había visto obligada, si bien después de la más tenaz resistencia y de oponer cien obstáculos distintos, a abrir poco a poco sus filas, de jando entrar en ellas a proletarios armados. No quedaba, por tanto, más que una salida: enfrentar una parte del proletariado con otra.

El gobierno provisional formó con este fin 24 batallones de Guardias Móviles, de mil hombres cada uno, integrados por jóvenes de quince a veinte años. Pertenecían en su mayor parte al lumpemproletariado, que en todas las grandes ciudades forma una masa bien deslindada del proletariado industrial. Esta capa es un centro de reclutamiento para rateros y delincuentes de toda clase, que viven de los despojos de la sociedad, gentes sin profesión fija, vagabundos, gente sin hogar, que difieren según el grado de cultura de la nación a que pertenecen, pero que nunca reniegan de su carácter de lazzaroni [65] . En la edad juvenil, cuando el gobierno provisional los reclutaba, eran perfectamente moldeables, capaces tanto de las hazañas más heroicas y los sacrificios más exaltados como del bandidaje más vil y la más sucia venalidad. El gobierno provisional les pagaba un franco y cincuenta céntimos al día, es decir, los compraba. Les daba uniforme propio, es decir, los distinguía de los hombres de blusa. Como jefes, en parte se les destinaron oficiales del ejército permanente y en parte eligieron ellos mismos a jóvenes hijos de burgueses, cuyas baladronadas sobre la muerte por la patria y la abnegación por la república les seducían.

Así hubo frente al proletariado de París un ejército salido de su propio seno y compuesto por 24.000 hombres jóvenes, fuertes y audaces hasta la temeridad. El proletariado vitoreaba a la Guardia Móvil cuando desfilaba por París. Veía en ella a sus campeones de las barricadas. Y la consideraba como la guardia proletaria, en oposición a la Guardia Nacional burguesa. Su error era perdonable.

Además de la Guardia Móvil, el Gobierno decidió rodearse también de un ejército obrero industrial. El ministro Marie enroló en los llamados Talleres Nacionales a cien mil obreros, lanzados al arroyo por la crisis y la revolución. Bajo aquel pomposo nombre se ocultaba sencillamente el empleo de los obreros en aburridos, monótonos e improductivos trabajos de allanamiento de terrenos, por un jornal de 23 sous [66] . Estos Talleres Nacionales no eran otra cosa que las Workhouses [67] inglesas al aire libre. En ellos creía el gobierno provisional haber creado un segundo ejército proletario contra los mismos obreros. Pero esta vez, la burguesía se equivocó con los Talleres Na cionales, como se habían equivocado los obreros con la Guardia Móvil. Lo que creó fue un ejército para la revuelta. Pero una finalidad estaba conseguida.

Talleres Nacionales era el nombre de los talleres del pueblo que Luis Blanc predicaba en el Luxemburgo. Los talleres de Marie, proyectados con un criterio que era el polo opuesto al del Luxem burgo, como llevaban el mismo rótulo, daban pie para un equívoco digno de los enredos escuderiles de la comedia española. El propio gobierno provisional hizo correr el rumor de que estos Talleres Nacionales eran invención de Luis Blanc, cosa tanto más verosímil cuanto que Luis Blanc, el profeta de los Talle res Nacionales, era miembro del gobierno provisional. Y en la con fusión, medio ingenua medio intencionada de la burguesía de París, lo mismo que en la opinión artificialmente fomentada de Francia y de Europa, aquellas Workhouses eran la primera reali zación del socialismo, que con ellas quedaba clavado en la picota.

No por su contenido sino por su título, los Talleres Nacionales encarnaban la protesta del proletariado contra la industria burguesa, contra el crédito burgués y contra la república burguesa. Sobre ellos se volcó, por esta causa, todo el odio de la burguesía. Esta había encontrado en ellos el punto contra el que podía dirigir el ataque una vez que fue lo bastante fuerte para romper abierta mente con las ilusiones de Febrero. Todo el malestar, todo el malhumor de los pequeñoburgueses se dirigía también contra estos Talleres Nacionales, que eran el blanco común. Con verdadera rabia, echaban cuentas de las sumas que los gandules proletarios devoraban mientras su propia situación iba haciéndose cada día más insostenible. ¡Una pensión del Estado por un trabajo aparente: he ahí el socialismo!, refunfuñaban para sí. Los Talleres Naciona les, las declamaciones del Luxemburgo, los desfiles de los obreros por las calles de París: allí buscaban ellos las causas de sus miserias. Y nadie se mostraba más fanático con­ tra las supuestas maquina ciones de los comunistas que el pequeñoburgués al borde de la bancarrota y sin esperanza de salvación.

Así, en la colisión inminente entre la burguesía y el proleta riado, todas las ventajas, todos los puestos decisivos, todas las capas intermedias de la sociedad estaban en manos de la burgue sía y, mientras tanto, las olas de la revolución de Febrero se en crespaban por todo el continente y cada nuevo correo traía un nuevo parte revolucionario, tan pronto de Italia como de Alemania o del remoto sureste de Europa y alimentaba la embriaguez gene ral del pueblo, aportándole testimonios constantes de aquella vic toria, cuyos frutos ya se le habían escapado de las manos.

El 17 de marzo y el 16 de abril fueron las primeras escara muzas de la gran batalla de clases que la república burguesa escondía bajo sus alas. El 17 de marzo reveló la situación equívoca del proletariado que no le permitía ninguna acción decisiva. Su manifestación perseguía, en un principio, retrotraer al gobierno provisional al cauce de la revolución y, eventualmente, eliminar del mismo a sus miembros burgueses e imponer el aplazamiento de las elecciones para la Asamblea Nacional y para la Guardia Nacional. Pero el 16 de marzo la burguesía, representada en la Guardia Nacional, organizó una manifestación hostil al gobierno provisional. Al grito de “¡Abajo Ledru­Rollin!” marchó al Ayuntamiento. Y el 17 de marzo el pueblo se vio obligado a gritar “¡Viva Ledru­Rollin! Viva el gobierno provisional!”. Se vio obligado a abrazar contra la burguesía la causa de la república burguesa, que creía en peligro. Consolidó el gobierno provisional, en vez de someterlo. El 17 de marzo se resolvió en una escena de melodrama. Cierto es que en este día el proletariado de París volvió a exhibir su talla gigantesca, pero eso fortaleció en el ánimo de la burguesía, de dentro y de fuera del gobierno provisional, el designio de destrozarlo.

El 16 de abril fue un equívoco organizado por el gobierno provisional de acuerdo con la burguesía. Un gran número de obreros se habían congregado en el Campo de Marte y en el Hipódromo para preparar sus elecciones al Estado Mayor General de la Guardia Nacional. De pronto, corre de punta a punta de París, con la rapidez del rayo, el rumor de que los obreros armados se han concentrado en el Campo de Marte bajo la dirección de Luis Blanc, de Blanqui [68] , de Cabet y de Raspail para marchar desde allí sobre el Ayuntamiento, derribar el gobierno provisional y proclamar un gobierno comunista. Se toca generala —más tarde, Ledru­Rollin, Marrast y L amartine habían de disputarse el honor de esta iniciativa—. En una hora están 100.000 hombres bajo las armas. El Ayuntamiento es ocupado de arriba abajo por la Guardia Nacional. Los gritos de “Abajo los comunistas! Abajo Luis Blanc, Blanqui, R aspail y Cabet!” resuenan por todo París. Y el gobierno provisional es aclamado por un sinnúmero de delegaciones, todas dispuestas a salvar la patria y la sociedad. Y cuando, por último, los obreros aparecen ante el Ayuntamien to para entregar al gobierno provisional una colecta patriótica hecha por ellos en el Campo de Marte, se enteran con asombro de que el París burgués, en una lucha imaginaria montada con una prudencia extrema, ha vencido a su sombra. El espantoso atentado del 16 de abril su ministró pretexto para dar al ejército orden de regre sar a París —verdadera finalidad de aquella comedia tan burdamente mon tada— y para las manifestaciones federalistas reaccionarias de las provincias.

El 4 de mayo se reunió la Asamblea Nacional [69] , fruto de las elecciones generales y directas. El sufragio universal no poseía la fuerza mágica que los republicanos de viejo cuño le asignaban. Ellos veían en toda Francia, o por lo menos en la mayoría de los franceses, citoyens [70] con los mismos intereses, el mismo discernimiento, etc. Tal era su culto al pueblo. En vez de este pueblo imaginario, las elecciones sacaron a la luz del día al pueblo real, es decir, a los representantes de las diversas clases en que este se dividía. Ya hemos visto por qué los campesinos y los pequeñoburgueses votaron bajo la dirección de la burguesía combativa y de los grandes terratenientes que rabiaban por la restauración. Pero si el sufragio universal no era la varita mágica que habían creído los honrados republicanos, tenía el mérito incomparablemente mayor de desencadenar la lucha de clases, de hacer que las diversas capas intermedias de la sociedad burguesa superasen rápidamente sus ilusiones y desengaños, de lanzar de un golpe a las cumbres del Estado a todas las fracciones de la clase explotadora, arrancándoles así la máscara engañosa, mientras que la monarquía, con su censo electoral restringido, solo ponía en evidencia a determinadas fracciones de la burguesía, dejando escondidas a las otras entre bastidores y rodeándolas con el halo de santidad de una opo sición conjunta.

En la Asamblea Nacional Constituyente, reunida el 4 de mayo, llevaban la voz cantante los republicanos burgueses, los republicanos de Le National. Por el momento, los propios legitimistas y orleanistas solo se atrevían a presentarse bajo la máscara del republicanismo burgués. La lucha contra el prolet ariado solo podía emprenderse en nombre de la república.

La república —es decir, la república reconocida por el pueblo francés— data del 4 de mayo y no del 25 de febrero. No es la república que el proletariado de París impuso al gobierno provisional; no es la república con instituciones sociales; no es el sueño de los que lucharon en las barricadas. La república proclamada por la Asamblea Nacional, la única república legítima, es la república que no representa ningún arma revolucionaria contra el orden burgués. Es, por el contrario, la reconstitución política de este, la reconsolidación política de la sociedad burguesa, la república burguesa, en una palabra. Esta afirmación resonó desde la tribuna de la Asam blea Nacional y encontró eco en toda la prensa burguesa, republicana y monárquica.

Y ya hemos visto que la república de Febrero no era realmente ni podía ser más que una república burguesa; que, pese a todo, el gobierno provisional, bajo la presión directa del proletariado, se vio obligado a proclamarla como una república con instituciones sociales; que el proletariado de París no era todavía capaz de sa lirse del marco de la república burguesa más que en sus ilusiones, en su imaginación; que actuaba siempre y en todas partes a su serv icio, cuando llegaba la hora de la acción; que las promesas que se le habían hecho se convirtieron para la nueva república en un pe ligro insoportable; que todo el proceso de la vida del gobierno prov isional se resumía en una lucha continua contra las reclamaciones del proletariado.

En la Asamblea Nacional, toda Francia se constituyó en juez del proletariado de París. La Asamblea rompió inmediatamente con las ilusiones sociales de la revolución de Febrero y proclamó ro tundamente la república burguesa como república burguesa y nada más. Eliminó rápidamente de la comisión ejecutiva por ella nombrada a los representantes del proletariado, Luis Blanc y Al bert, rechazó la propuesta de un ministerio especial del Trabajo y aclamó con gritos atronadores la declaración del ministro Trélat: “Solo se trata de reducir el trabajo a sus antiguas condiciones”.

Pero todo esto no bastaba. La república de Febrero había sido conquistada por los obreros con la ayuda pasiva de la burguesía. Los proletarios se consideraban con razón como los vencedores de Febrero y formulaban las exigencias arrogantes del vencedor. Había que vencerlos en la calle, había que demostrarles que tan pronto como luchaban no con la burguesía, sino contra ella, salían derrotados. Y así como la república de Febrero, con sus concesion es socialistas, había exigido una batalla del proletariado unido a la burguesía contra la monarquía, ahora, era necesaria una segunda batalla para divorciar a la república de las concesiones al socialismo, para que la república burguesa saliese consagrada oficialmente como régimen imperante. La burguesía tenía que refutar con las armas en la mano las pretensiones del proletariado. Por eso la verdadera cuna de la república burguesa no es la victoria de Feb rero sino la derrota de Junio.

El proletariado aceleró el desenlace cuando, el 15 de mayo, se introdujo por la fuerza en la Asamblea Nacional, esforzándose en vano por reconquistar su influencia revolucionaria, sin conseguir más que entregar a sus dirigentes más enérgicos a los carceleros burgueses [71] . Il faut en finir! ¡Esta situación tiene que terminar! Con este grito, la Asamblea Nacional expresaba su firme resolución de for zar al proletariado a la batalla decisiva. La comisión ejecutiva pro mulgó una serie de decretos de desafío, tales como la prohibición de aglomeraciones populares, etc. Desde lo alto de la tribuna de la Asamblea Nacional Constituyente se provocaba, se insultaba, se escarnecía descaradamente a los obreros. Pero el verdadero punto de ataque estaba, como hemos visto, en los Talleres Nacionales. A ellos remitió imperiosamente la Asamblea Constituyente a la co misión ejecutiva, que no esperaba más que oír enunciar su propio plan como orden de la Asamblea Nacional.

La comisión ejecutiva comenzó poniendo dificultades para el in greso en los Talleres Nacionales, convirtiendo el salario por días en sa lario a destajo, desterrando a la Sologne a los obreros no nacidos en París, con el pretexto de ejecutar allí obras de allanamiento de terrenos. Estas obras no eran más que una fórmula retórica para encubrir su expulsión, como anunciaron a sus camaradas los obreros que retornaban desengañados. Finalmente, el 21 de junio apareció en Le Moniteur un decreto que ordenaba que todos los obreros solteros fuesen expulsados por la fuerza de los Talleres Nacionales o enrolados en el ejército.

Los obreros no tenían opción: o morirse de hambre o iniciar la lucha. Contestaron el 22 de junio con aquella formidable insurrección en que se libró la primera gran batalla entre las dos clases de la sociedad moderna. Fue una lucha por la conservación o el aniquilamiento del orden burgués. El velo que envolvía a la república quedó desgarrado.

Es sabido que los obreros, con una valentía y una genialidad sin precedentes, sin dirigentes, sin un plan común, sin medios, carentes de armas en su mayor parte, tuvieron en jaque durante cinco días al Ejército, a la Guardia Móvil, a la Guardia Nacional de París y a la que acudió en tropel de las provincias. Y es sabido que la burguesía se vengó con una brutalidad inaudita del miedo mortal que había pasado, exterminando a más de 3.000 prisioneros.

Los representantes oficiales de la democracia francesa estaban hasta tal punto cautivados por la ideología republicana, que, incluso pasadas algunas semanas, no comenzaron a sospechar el sentido del combate de junio. Estaban como aturdidos por el humo de la pólvora en que se disipó su república fantástica.

Permítanos el lector que describamos con las palabras de la Nueva Gaceta Renana la impresión inmediata que en nosotros produjo la noticia de la derrota de junio:

“El último resto oficial de la revolución de Febrero, la comi sión ejecutiva, se ha disipado como un fantasma ante la seriedad de los acontecimientos. Los fuegos artificiales de Lamartine se han convertido en las granadas incendiarias de Cavaignac [72] . La fraternité, la hermandad de las clases antagónicas, una de las cuales explota a la otra, esta fraternidad proclamada en Febrero y escrita con grandes caracteres en la frente de París, en cada cárcel y en cada cuartel, tiene como verdadera, auténtica y prosaica expresión la guerra civil; la guerra civil bajo su forma más espantosa, la guerra entre el trabajo y el capital. Esta fraternidad resplandecía delante de todas las ventanas de París en la noche del 25 de junio, cuando el París de la burguesía encendía sus iluminaciones, mientras el París del proletariado ardía, gemía y se desangraba. La fraternidad existió precisamente el tiempo durante el cual el interés de la burguesía estuvo hermanado con el del proletariado.

Pedantes de las viejas tradiciones revolucionarias de 1793, doctrinarios socialistas que mendigaban a la burguesía para el pueblo y a los que se permitió echar largos sermones y desprestigiarse mientras fue necesario arrullar el sueño del león proletario, republicanos que reclamaban todo el viejo orden burgués con excepción de la testa coronada, hombres de la oposición dinástica a quienes el azar envió en vez de un cambio de gobierno el derrumbamiento de una dinastía, legitimistas que no querían dejar la librea, sino solamente cambiar su corte: tales fueron los aliados con los que el pueblo llevó a cabo su Febrero...

La revolución de Febrero fue la revolución hermosa, la revol ución de las simpatías generales, porque los antagonismos que en ella estallaron contra la monarquía dormitaban incipientes aún, bien avenidos unos con otros, porque la lucha social que era su fondo solo había cobrado una existencia aérea, la existencia de la fra­ se, de la palabra. La revolución de Junio es la revolución fea, la revolución repelente, porque el hecho ha ocupado el puesto de la frase, porque la república puso al desnudo la cabeza del propio monstruo al echar por tierra la corona que la cubría y le servía de pantalla. ‘¡Orden!’, era el grito de guerra de Guizot. ‘¡Orden!’, gritaba Sebastiani, el guizotista, cuando Varsovia fue tomada por los rusos. ‘¡Orden!’, grita Cavaignac, eco brutal de la Asamblea Nacional francesa y de la burguesía republicana. ‘¡Orden!’, tronaban sus proyectiles, cuando desgarraban el cuerpo del proletariado.

Ninguna de las numerosas revoluciones de la burguesía francesa desde 1789 había sido un atentado contra el orden. Todas dejaban en pie la dominación de clase, todas dejaban en pie la esclavitud de los obreros, todas dejaban subsistente el orden burgués, por mucha que fuese la frecuencia con que cambiase la forma política de esta dominación y de esta esclavitud. Pero Junio ha atentado contra este orden. ¡Ay de Junio!” (Nueva Gaceta Renana, 29/6/1848) [73] .

Ay de Junio!, contesta el eco europeo.

El proletariado de París fue obligado por la burguesía a hacer la revolución de Junio. Ya en esto iba implícita su condena al fracaso. Ni su necesidad directa y confesada le impulsaba a querer conseguir por la fuerza el derrocamiento de la burguesía, ni tenía aún fuerzas bastantes para imponerse esta misión. Le Moniteur le hizo saber oficialmente que había pasado el tiempo en que la república tenía que rendir honores a sus ilusiones, y fue su derrota la que le convenció de esta verdad: que hasta la más mínima mejora de su situación es, dentro de la república burguesa, una utopía; y una utopía que se convierte en crimen tan pronto como quiere transformarse en realidad. Y sus reivindica ciones, desmesuradas en cuanto a la forma, pero minúsculas, e in cluso, todavía burguesas por su contenido, cuya satisfacción quería arrancar a la república de Febrero, cedieron el puesto a la consigna audaz y revolucionaria: Derrocamiento de la burguesía! Dicta dura de la clase obrera!

Al convertir su fosa en cuna de la república burguesa, el proletariado la obligaba, al mismo tiempo, a manifestarse en su forma pura, como el Estado cuyo fin confesado es eternizar el dominio del capital y la esclavitud del trabajo. Viendo cons tantemente ante sí a su enemigo, lleno de cicatrices, irreconci liable e invencible —invencible, porque su existencia es la condición de la propia vida de la burguesía—, la dominación burg uesa, libre de todas las trabas, tenía que trocarse inmediata mente en terrorismo burgués. Y una vez eliminado provisionalmente de la escena el proletariado y reconocida ofi cialmente la dictadura burguesa, las capas medias de la sociedad burguesa, la pequeña burguesía y la clase campesina, a medida en que su situación se hacía más insoportable y se erizaba su antagonismo con la burguesía, tenían que unirse más y más al proletariado. Lo mismo que antes encontraban en su auge la causa de sus miserias, ahora tenían que encontrarla en su derrota.

Cuando la revolución de Junio hizo jactarse a la burguesía en todo el continente y la llevó a aliarse abiertamente con la mo narquía feudal contra el pueblo, ¿quién fue la primera víctima de esta alianza? La misma burguesía continental. La derrota de Junio le impidió consolidar su dominación y detener al pueblo, mitad satisfecho, mitad disgustado, en el escalón más bajo de la rev olución burguesa.

Finalmente, la derrota de Junio reveló a las potencias despóticas de Europa el secreto de que Francia tenía que mantener a todo trance la paz en el exterior, para poder librar la guerra civil en el int erior. Y así, los pueblos que habían comenzado la lucha por su independencia nacional fueron abandonados a la superioridad de fuerzas de Rusia, de Austria y de Prusia, pero al mismo tiempo la suerte de estas revoluciones nacionales fue supeditada a la suerte de la revolución proletaria y despojada de su aparente sustantividad, de su independencia respecto a la gran transformación social. El húngaro no será libre, ni lo será el polaco, ni el italiano, mient ras el obrero siga siendo esclavo!

Por último, con las victorias de la Santa Alianza, Europa ha cobrado una fisonomía que hará coincidir directamente con una guerra mundial todo nuevo levantamiento proletario en Francia. La nueva revolución francesa se verá obligada a abandonar inmediatamente el terreno nacional y a conquistar el terreno europeo, el único en que puede llevarse a cabo la revolución social del siglo XIX.

Ha sido, pues, la derrota de Junio la que ha creado todas las condiciones para que Francia pueda tomar la iniciativa de la revolución europea. Solo empapada en la sangre de los insurrectos de Junio ha podido la bandera tricolor transformarse en la bandera de la revolución europea, en la bandera roja.

Y nosotros exclamamos: La revolución ha muerto! Viva la revolución!



[33] Se trata de la revolución burguesa de 1830, que derrocó a la dinastía borbónica.
[34] El duque de Orleans ocupó el trono francés con el nombre de Luis Felipe
[35] El 5 y el 6 de junio de 1832 hubo una sublevación en París; los obreros levantaron barricadas y se defendieron con gran firmeza. En abril de 1834 estalló la insurrección de los obreros de Lyon, una de las primeras acciones de masas del proletariado francés. Esta insurrección, apoyada por los republicanos en varias ciudades más, sobre todo en París, fue aplastada con saña. La insurrección del 12 de mayo de 1839 en París, en la que también desempeñaron un papel principal los obreros revolucionarios, fue preparada por la Sociedad de las Estaciones del Año, una organización clandestina republicano-socialista dirigida por A. Blanqui y A. Barbès; fue aplastada por las tropas y la Guardia Nacional.
[36] François Guizot (1787-1874): Primer ministro conservador francés. La revolución de 1848 liquidó su carrera política.
[37] Léon Faucher (1803-1854): Economista y publicista francés. Era el ministro del Interior en 1851; dejó el cargo pocos días antes del golpe de Estado del 2 de diciembre.
[38] Frédéric Bastiat (1801-1850): Escritor, legislador y economista francés, gran defensor del libre mercado
[39] Al margen de quienes tenían derecho al voto.
[40] El reinado de Luis Felipe (1830-1848), así llamado por la revolución de julio de 1830.
[41] Familia de origen judeo-alemán fundadora de bancos e instituciones financieras a finales del siglo XVIII y que en el XIX acabó convertida en una de las más influyentes de Europa. James Mayer de Rothschild fundó el banco parisino Rothschild Frères. Tras las Guerras Napoleónicas jugó un papel fundamental en la financiación de la construcción de los ferrocarriles y la minería, llevando a Francia a convertirse en una potencia industrial.
[42] Personaje de la literatura francesa que el escultor, pintor y caricaturista del siglo XIX Honoré Daumier popularizó en una serie humorística y de crítica social como arquetipo de empresario sin escrúpulos, estafador y especulador.
[43] Nada por la gloria!
[44] Paz en todas partes y siempre!
[45] En febrero de 1846 se preparaba la insurrección para conquistar la emancipación nacional de Polonia. Sus principales impulsores fueron los demócratas revolucionarios po lacos (Dembowski y otros). Debido a la traición de la nobleza, los dirigentes fueron detenidos por la policía prusiana y la insurrección quedó limitada a algunos estallidos aislados. En Cracovia, desde 1815 bajo control de Austria, Rusia y Prusia, los insurgentes lograron la victoria el 22 de febrero, formando un gobierno que decretó la abolición de las cargas feudales. La insurrección fue aplastada a principios de marzo; en noviembre, las tres potencias acordaron la incorporación de Cracovia al Imperio austríaco
[46] Alianza de siete cantones suizos atrasados económicamente formada en 1845 para oponerse a las transformaciones burguesas progresistas y defender los privilegios de la Igle sia Católica. En julio de 1847, la decisión de la Dieta suiza de disolver el Sonderbund dio lugar a la guerra civil. El ejército del Sonderbund fue derrotado en noviembre por las tropas del gobierno federal. Los estados reaccionarios de Europa occidental, que antes formaban la Santa Alianza, intentaron intervenir a favor del Sonderbund. Guizot los apoyó, tomando bajo su defensa el Sonderbund.
[47] Agrupación reaccionaria de las monarquías europeas fundada en 1815 por Rusia, Austria y Prusia para aplastar los movimientos revolucionarios y conservar los regímenes monárquico-feudales
[48] Anexión de Cracovia por Austria, de acuerdo con Rusia y Prusia, el 11 de noviembre de 1846. Guerra del Sonderbund, del 4 al 28 de noviembre de 1847. Insurrección de Palermo, el 12 de enero de 1848. A finales de enero, bombardeo de la ciudad durante nueve días por los napolitanos. (Nota de Engels a la edición de 1895)
[49] En Buzangais (departamento de Indre), a iniciativa de los obreros hambrientos y de los habitantes de las aldeas vecinas, en la primavera de 1847 se asaltaron los almacenes de comestibles pertenecientes a los especuladores, lo que dio lugar a un sangriento choque de la población con las tropas, seguido de una despiadada represión: se ejecutó a cuatro personas y otras muchas fueron condenadas a trabajos forzados.
[50] Como respuesta a la prohibición del derecho de reunión por parte del gobierno de Guizot, en julio de 1847 comenzaron a celebrarse grandes banquetes (organizados habitualmente por los periódicos opositores), donde los comensales pagaban para comer y oír los discursos de la oposición y debatir de política. Se extendieron rápidamente, celebrándose 70 con un total de 22.000 comensales por todo el país, en lo que se conoce como la campaña de los banquetes. El 19 de febrero de 1848 un banquete organizado en París por oficiales de la Guardia Nacional fue prohibido, desencadenando el inicio de la revolución, la caída de Luis Felipe y la proclamación de la Segunda República Francesa.
[51] Alexandre Auguste Ledru-Rollin (1807-1874): Político francés, representante de la pequeña burguesía democrática. Jugó un papel destacado en la campaña de los banquetes. Fue ministro del Interior en el gobierno provisional. Se posicionó contra el proletariado de París cuando, tras la manifestación del 15 de mayo de 1848, entró en la Asamblea Nacional Constituyente, declaró su disolución y la formación de un gobierno revolucionario. El resultado fue la represión y detención de los principales dirigentes (Blanqui, Barbès, Albert, Raspail, Sobrier,…).
[52] Le National (El Nacional): Diario publicado en París de 1830 a 1851. Era el órgano de los republicanos burgueses moderados, cuyos representantes más destacados en el gobierno provisional fueron Marrast, Bastide y Garnier-Pagés
[53] Louis Blanc (1811-1882): Partidario de las ideas socialistas utópicas y defensor de la intervención del Estado y de las cooperativas obreras para corregir las desigualdades sociales. Jugó un papel activo en la revolución de 1848 que instauró la Segunda República. Nombrado ministro de Trabajo en el gobierno provisional, tras el triunfo del Partido del Orden se exilió en Londres, de donde no regresó hasta 1870 para ser diputado de la izquierda en la Tercera República.
[54] Alphonse de Lamartine (1790-1869): Escritor y político francés. Procedía de la aristocracia terrateniente y monárquica, pero se fue alejando paulatinamente de su educación conservadora hasta simpatizar con los republicanos. La revolución de 1848 lo convirtió en presidente del gobierno provisional. Su esfuerzo por moderar las tendencias populares radicales le llevó a perder influencia, contribuyendo a su aplastante derrota por Luis Napoleón Bonaparte en las elecciones presidenciales de diciembre de 1848.
[55] François-Vincent Raspail (1794-1878): Político socialista y destacado científico francés. En marzo de 1849 fue condenado a seis años de cárcel por su participación en los acontecimientos del 15 de mayo de 1848.
[56] República francesa! Libertad, igualdad, fraternidad!
[57] La Gazette de France (La Gaceta de Francia): Diario editado en París desde 1631 hasta los años 40 del siglo XIX. Era el órgano de los legitimistas.
[58] Durante los primeros días de la Segunda República Francesa se planteó la elección de la enseña nacional. Los obreros revolucionarios de París exigían que fuese la bandera roja por ellos enarbolada durante la insurrección de junio de 1832. Los representantes de la burguesía insistían en que se eligiera la tricolor (azul, blanca y roja), que había sido la bandera de Francia durante la revolución burguesa de 1789 y el Imperio napoleónico, y que, antes de la revolución de 1848, había sido el emblema de los republicanos burgueses agrupados en torno al periódico Le National. Finalmente, la elegida fue la tricolor. No obstante, al asta de la bandera se le añadió una escarapela roja.
[59] En junio de 1848 se produjo una heroica insurrección de los obreros de París, aplastada con excepcional crueldad por la burguesía. Fue la primera gran guerra civil de la historia entre la clase obrera y la burguesía.
[60] Le Moniteur Universel (El Heraldo Universal): Diario parisino publicado desde 1789 hasta 1901. Era el órgano oficial del Gobierno: publicaba sus disposiciones y decretos, informaba sobre los debates parlamentarios, etc. En 1848 también publicaba informaciones de las reuniones de la comisión del Luxemburgo.
[61] “Un gobierno que acaba con ese equívoco terrible que existe entre las diversas clases”.
[62] El prefecto de la policía del gobierno provisional durante la revolución de 1848
[63] Jacques le bonhomme (Jacobo el simple) era el nombre despectivo que los nobles franceses daban a los campesinos.
[64] Se trata de la suma asignada en 1825 por la corona francesa a los aristócratas como compensación por los bienes confiscados durante la revolución burguesa de 1789.
[65] Nombre que se daba en Italia a los elementos desclasados, al lumpemproletariado. Fueron utilizados reiteradamente por la reacción monárquica contra el movimiento liberal y democrático
[66] Moneda francesa anterior al franco (introducido en 1795), cuyo nombre pervivió en el uso popular.
[67] Literalmente, “casas de trabajo”. Lugares donde los pobres ingleses podían vivir trabajando bajo un régimen carcelario; existían desde el siglo XVII. La reforma de la Ley de Protección a los Pobres aprobada en Inglaterra en 1834 toleraba una sola forma de ayuda: su alojamiento en estas casas. El pueblo las denominó “bastillas para pobres”.
[68] Louis Auguste Blanqui (1805-1881): Revolucionario francés, representante del comunismo utópico. Participó en la revolución de 1848 y sus partidarios jugaron un papel dirigente en la Comuna de París (1871). No consideraba necesaria la previa preparación política de las masas de la clase obrera antes de la toma del poder porque creía que estas serían arrastradas por el ejemplo de la acción decidida de una minoría de revolucionarios audaces. Aunque discrepaba de sus tesis, Marx lo tuvo en alta estima por ser un incorruptible revolucionario proletario, que pasó más de la mitad de su vida encarcelado por la burguesía.
[69] A partir de aquí se entiende por Asamblea Nacional la Asamblea Nacional Constituyente, que existió desde el 4 de mayo de 1848 hasta mayo de 1849.
[70] Ciudadanos.
[71] El 15 de mayo de 1848, durante una manifestación popular, los obreros y artesanos parisienses penetraron en la sala de sesiones de la Asamblea Constituyente, la declararon disuelta y formaron un gobierno revolucionario. Los manifestantes, sin embargo, no tardaron en ser desalojados por la Guardia Nacional y las tropas. Los dirigentes de los obreros (Blanqui, Barbès, Albert, Raspail, Sobrier y otros) fueron detenidos.
[72] Louis-Eugène Cavaignac (1802-1857): Ministro de la Guerra entre marzo y abril de 1848, cuando dimitió ante la negativa del Gobierno a acantonar tropas en la capital. El 17 de mayo aceptó volver al puesto. El 24 de junio obtuvo plenos poderes para aplastar la insurrección, convirtiéndose de facto en el jefe del Estado. Cuatro días después fue nombrado presidente del Gobierno. La represión causó entre 3.000 y 5.000 muertos.
[73] Los artículos de Marx y Engels en la Nueva Gaceta Renana sobre esos acontecimientos están recopilados bajo el título La revolución de Junio.

A seguir à revolução de Julho[1], o banqueiro liberal Laffitte, ao conduzir em triunfo para o Hôtel de Ville [2] o seu compère[3], o duque de Orléans[4] teve este comentário:

"Agora o reino dos banqueiros vai começar."

Laffitte traíra o segredo da revolução.

Porém, sob Louis-Philippe não era a burguesia francesa quem dominava. Quem dominava era apenas uma fracção dela: banqueiros, reis da Bolsa, reis do caminho-de-ferro, proprietários de minas de carvão e de ferro e de florestas e uma parte da propriedade fundiária aliada a estes — a chamada aristocracia financeira. Era ela quem ocupava o trono, quem ditava leis nas Câmaras, quem distribuía os cargos públicos desde o ministério até à adminstração dos tabacos.

A burguesia industrial propriamente dita constituía uma parte da oposição oficial, isto é, estava representada nas Câmaras apenas como minoria. A sua oposição manifestava-se tanto mais decididamente quanto mais se acentuava e desenvolvia a dominação exclusiva da aristocracia financeira, quanto mais a burguesia industrial julgava assegurada a sua dominação sobre a classe operária depois dos motins afogados em sangue de 1832, 1834 e 1839[5]. Grandin, um fabricante de Rouen, o porta-voz mais fanático da reacção burguesa, na Assembleia Nacional Constituinte como na Legislativa, era quem, na Câmara dos Deputados, se opunha com mais violência a Guizot. Léon Faucher, conhecido mais tarde pelos seus esforços impotentes para se guindar a um Guizot da contra-revolução francesa, travou nos últimos anos de Louis-Philippe uma polémica em favor da indústria contra a especulação e o seu caudatário, o governo. Bastiat fazia agitação em nome de Bordéus e de toda a França produtora de vinho contra o sistema dominante.

Tanto a pequena burguesia, em todas as suas gradações, como a classe camponesa estavam totalmente excluídas do poder político. Era, pois, na oposição oficial ou inteiramente fora do pays legal[6] que se encontravam os representantes e os porta-vozes ideológicos das classes mencionadas: intelectuais, advogados, médicos, etc. Numa palavra: as chamadas competências.

Pela penúria financeira, a monarquia de Julho[7] estava de antemão dependente da alta burguesia e a sua dependência da alta burguesia tornou-se a fonte inesgotável de uma penúria financeira sempre crescente. Impossível subordinar a administração do Estado ao interesse nacional sem equilibrar o orçamento, isto é, sem que haja equilíbrio entre as despesas e as receitas do Estado. E como estabelecer este equilíbrio sem limitação das despesas públicas, isto é, sem ferir interesses que eram outros tantos pilares do sistema dominante e sem nova regulamentação da distribuição de impostos, isto é, sem atirar para os ombros da alta burguesia uma significativa parte da carga fiscal?

O endividamento do Estado era, pelo contrário, o interesse directo da fracção da burguesia que dominava e legislava através das Câmaras. O défice do Estado, esse era o verdadeiro objecto da sua especulação e a fonte principal do seu enriquecimento. Todos os anos um novo défice. Quatro ou cinco anos depois um novo empréstimo. E cada novo empréstimo oferecia à aristocracia financeira uma nova oportunidade de defraudar o Estado, mantido artificialmente à beira da bancarrota; ele via-se obrigado a pedir mais dinheiro aos banqueiros, nas condições mais desfavoráveis. Cada novo empréstimo constituía uma nova oportunidade de pilhar o público que investira capitais em títulos do Estado, mediante operações de Bolsa em cujo segredo estavam o governo e a maioria representada na Câmara. Em geral, a situação periclitante do crédito público e a posse dos segredos do Estado davam aos banqueiros e seus associados nas Câmaras e no trono a possibilidade de provocar extraordinárias e súbitas flutuações na cotação dos valores do Estado, de que resultava sempre a ruína de uma enorme quantidade de capitalistas mais pequenos e o enriquecimento fabulosamente rápido dos grandes especuladores. Que o défice do Estado era o interesse directo da fracção burguesa dominante, eis o que explica que as despesas públicas extraordinárias nos últimos anos do reinado de Louis-Philippe tenham ultrapassado de longe o dobro das despesas extraordinárias no tempo de Napoleão. De facto, atingiram a soma anual de quase 400 milhões de francos enquanto o montante global anual da exportação da França raramente se elevava em média a 750 milhões de francos. Além disso, as enormes somas que passavam pelas mãos do Estado permitiam contratos de fornecimento fraudulentos, subornos, malversações e vigarices de toda a espécie. A defraudação do Estado, em ponto grande, como consequência dos empréstimos, repetia-se, em ponto menor, nas obras públicas. A relação entre a Câmara e o governo encontrava-se multiplicada nas relações entre as diversas administrações e os diversos empresários.

A classe dominante explorava a construção dos caminhos-de-ferro, tal como as despesas públicas em geral e os empréstimos do Estado. As Câmaras atiravam para o Estado os principais encargos e asseguravam à aristocracia financeira especuladora os frutos dourados. Recorde-se os escândalos ocorridos na Câmara dos Deputados quando, ocasionalmente, veio a lume que a totalidade dos membros da maioria, incluindo uma parte dos ministros, estavam interessados como accionistas nessa mesma construção dos caminhos-de-ferro que, como legisladores, depois mandavam executar à custa do Estado.

Em contrapartida, a mais insignificante reforma financeira fracassava face à influência dos banqueiros. Um exemplo: a reforma postal. Rothschild protestou. Deveria o Estado reduzir fontes de riqueza com que pagava os juros da sua crescente dívida?

A monarquia de Julho era apenas uma sociedade por acções para explorar a riqueza nacional da França e cujos dividendos eram distribuídos por ministros, Câmaras, 240 000 eleitores e o seu séquito. Louis-Philippe era o director desta sociedade, um Robert Macaire no trono. Num tal sistema, o comércio, a indústria, a agricultura, a navegação, os interesses da burguesia industrial não podiam deixar de estar constantemente ameaçados e de sofrer prejuízos. Gouvernement à bon marche, governo barato, fora o que ela durante as jornadas de Julho inscrevera na sua bandeira.

Enquanto a aristocracia financeira legislava, dirigia a administração do Estado, dispunha de todos os poderes públicos organizados e dominava a opinião pública pelos factos e pela imprensa, repetia-se em todas as esferas, desde a corte ao Café Borgne[8], a mesma prostituição, as mesmas despudoradas fraudes, o mesmo desejo ávido de enriquecer não através da produção mas sim através da sonegação de riqueza alheia já existente; nomeadamente no topo da sociedade burguesa manifestava-se a afirmação desenfreada — e que a cada momento colidia com as próprias leis burguesas — dos apetites doentios e dissolutos em que a riqueza derivada do jogo naturalmente procura a sua satisfação, em que o prazer se torna crapuleux[9], em que o dinheiro, a imundície e o sangue confluem. No seu modo de fazer fortuna como nos seus prazeres a aristocracia financeira não é mais do que o renascimento do lumpenproletariado nos cumes da sociedade burguesa.

As fracções não dominantes da burguesia francesa gritavam: Corrupçãol O povo gritava: À bas les grands voleurs! À bas les assassins![10] quando no ano de 1847. nos palcos mais elevados da sociedade burguesa, se representava em público as mesmas cenas que conduzem regularmente o lumpenproletariado aos bordéis, aos asilos, aos manicómios, aos tribunais, às prisões e ao cadafalso. A burguesia industrial via os seus interesses em perigo; a pequena burguesia estava moralmente indignada; a fantasia popular estava revoltada; Paris estava inundada de folhetos — La dynastie Rothschild, Les juifs róis de l'époque[11], etc. — nos quais, com mais ou menos espírito, se denunciava e estigmatizava o domínio da aristocracia financeira.

Rien pour la gloire![12] A glória não dá nada! La paix partout et toujours![13] A guerra faz baixar as cotações três a quatro por cento! — tinha a França dos judeus da Bolsa inscrito na sua bandeira. A política externa perdeu-se, por isso, numa série de humilhações do sentimento nacional francês, cuja reacção se tornou mais viva quando, com a anexação de Cracóvia pela Áustria[14], se completou a espoliação da Polónia e quando, na guerra suíça do Sonderbund[15], Guizot se pôs activamente ao lado da Santa Aliança[16]. A vitória dos liberais suíços neste simulacro de guerra elevou o sentimento de dignidade da oposição burguesa em França. O levantamento sangrento do povo em Palermo actuou como um choque eléctrico sobre a massa popular paralisada e despertou as suas grandes recordações e paixões revolucionárias[17].

Finalmente, dois acontecimentos económicos mundiais aceleraram o eclodir do mal-estar geral e amadureceram o descontentamento até o converter em revolta.

A praga da batata e as más colheitas de 1845 e 1846 aumentaram a efervescência geral do povo. A carestia de 1847 fez estalar conflitos sangrentos não só em França como no resto do Continente. Frente às escandalosas orgias da aristocracia financeira — a luta do povo pelos bens de primeira necessidade! Em Buzançais, os amotinados da fome executados[18]; em Paris, escrocs[19] de barriga cheia arrancados aos tribunais pela família real!

O segundo grande acontecimento económico que acelerou o rebentar da revolução foi uma crise geral do comércio e da indústria na Inglaterra. Anunciada já no Outono de 1845 pela derrota maciça dos especuladores em acções dos caminhos-de-ferro, retardada durante o ano de 1846 por uma série de casos pontuais, como a iminente abolição das taxas aduaneiras sobre os cereais, acabou por eclodir no Outono de 1847 com a bancarrota dos grandes mercadores coloniais londrinos, seguida de perto pela falência dos bancos provinciais e pelo encerramento das fábricas nos distritos industriais ingleses. Ainda os efeitos desta crise não se tinham esgotado no continente e já rebentava a revolução de Fevereiro.

A devastação que a epidemia económica causara no comércio e na indústria tornou ainda mais insuportável a dominação exclusiva da aristocracia financeira. Em toda a França, a burguesia oposicionista promoveu agitação de banquetes por uma reforma eleitoral que lhe conquistasse a maioria nas Câmaras e derrubasse o ministério da Bolsa. Em Paris, a crise industrial teve ainda como consequência especial lançar para o comércio interno uma massa de fabricantes e grandes comerciantes que, nas circunstâncias presentes, já não podiam fazer negócios no mercado externo. Estes abriram grandes estabelecimentos cuja concorrência arruinou em massa épiciers[20] e boutiquiers[21]. Daí um sem-número de falências nesta parte da burguesia parisiense, daí a sua entrada revolucionária em cena em Fevereiro. É conhecido como Guizot e as Câmaras responderam a estas propostas de reforma com um inequívoco desafio; como Louis-Philippe se decidiu demasiado tarde por um ministério Barrot; como estalaram escaramuças entre o povo e o exército; como o exército foi desarmado pela atitude passiva da Guarda Nacional[16], como a monarquia de Julho teve de ceder o lugar a um governo provisório.

O Governo provisório que se ergueu nas barricadas de Fevereiro espelhava necessariamente na sua composição os diferentes partidos entre os quais se repartia a vitória. Não podia, pois, ser outra coisa senão um compromisso das diferentes classes que, conjuntamente, tinham derrubado o trono de Julho, mas cujos interesses se opunham hostilmente. A sua grande maioria compunha-se de representantes da burguesia. A pequena burguesia republicana estava representada por Ledru-Rollin e Flocon; a burguesia republicana por gente do National[22]; a oposição dinástica por Crémieux, Dupont de l'Eure, etc. A classe operária tinha apenas dois representantes: Louis Blanc e Albert. Por fim, a presença de Lamartine no Governo provisório — isso não era a princípio um interesse real, uma classe determinada: era a própria revolução de Fevereiro, o seu levantamento comum com as suas ilusões, a sua poesia, o seu conteúdo imaginário, as suas frases. De resto, o porta-voz da revolução de Fevereiro, pela sua posição como pelas suas opiniões, pertencia à burguesia.

Se é Paris, em consequência da centralização política, que domina a França, em momentos de convulsões revolucionárias são os operários que dominam Paris. O primeiro acto da vida do Governo provisório foi a tentativa de se subtrair a esta influência predominante por um apelo da Paris embriagada à França sóbria. Lamartine contestou aos combatentes das barricadas o direito de proclamar a República, só a maioria dos franceses seria competente para tal; haveria que esperar que ela se manifestasse pelo voto, o proletariado parisiense não deveria manchar a sua vitória com uma usurpação. A burguesia permite ao proletariado uma única usurpação: a da luta.

Ao meio-dia de 25 de Fevereiro a República ainda não tinha sido proclamada; em contrapartida, já todos os ministérios se encontravam distribuídos entre os elementos burgueses do Governo provisório e entre os generais, banqueiros e advogados do National. Os operários, porém, desta vez, estavam decididos a não tolerar uma escamoteação semelhante à de Julho de 1830. Estavam prontos a retomar a luta e a impor a República pela força das armas. Foi com esta mensagem que Raspail se dirigiu ao Hôtel de Ville. Em nome do proletariado de Paris ordenou ao Governo provisório que proclamasse a República. Se dentro de duas horas esta ordem do povo não tivesse sido cumprida, ele regressaria à frente de 200 000 homens. Os cadáveres dos combatentes caídos na luta mal tinham começado a arrefecer, as barricadas ainda não tinham sido removidas, os operários não tinham sido desarmados e a única força que se lhes podia opor era a Guarda Nacional. Nestas circunstâncias, dissiparam-se repentinamente as objecções de subtileza política e os escrúpulos jurídicos do Governo provisório. O prazo de duas horas ainda não tinha expirado e já todas as paredes de Paris ostentavam as palavras históricas em letras enormes:

Republique Française! Liberte, Egalité, Fraternité![23]

Com a proclamação da República com base no sufrágio universal extinguira-se até a recordação dos objectivos e motivos limitados que haviam atirado a burguesia para a revolução de Fevereiro. Todas as classes da sociedade francesa — em vez de algumas, poucas, fracções da burguesia — foram de repente arremessadas para o círculo do poder político, obrigadas a abandonar os camarotes, a plateia e a galeria e a vir representar, em pessoa, no palco revolucionário! Com a monarquia constitucional desapareceram também a aparência de um poder de Estado contraposto soberanamente à sociedade burguesa (bürgerlichen Gesellschaft) e toda a série de lutas secundárias que esse poder aparente provoca!

Ao ditar a República ao Governo provisório e, por meio de o Governo provisório, a toda a França, o proletariado passou imediatamente ao primeiro plano como partido autónomo mas, ao mesmo tempo, desafiou contra si toda a França burguesa. O que ele conquistou foi o terreno para a luta pela sua emancipação revolucionária, de modo nenhum essa mesma emancipação.

A República de Fevereiro teve isso sim de começar por consumar a dominação da burguesia fazendo entrar, ao lado da aristocracia financeira, todas as classes possidentes para o círculo do poder político. A maioria dos grandes proprietários fundiários, os legitimistas[24], foram emancipados da nulidade política a que a monarquia de Julho os havia condenado. Não fora em vão que a Gazette de France[25] fizera agitação juntamente com os jornais oposicionistas; não fora em vão que La Rochejaquelein tomara o partido da revolução na sessão da Câmara dos Deputados de 24 de Fevereiro. Através do sufrágio universal, os proprietários nominais, que constituem a grande maioria dos Franceses, os camponeses, passaram a ser os árbitros do destino da França. Ao destronar a coroa, atrás da qual o capital se mantinha escondido, a República de Fevereiro fez que, finalmente, a dominação da burguesia se manifestasse na sua pureza.

Tal como nas jornadas de Julho os operários tinham conquistado a monarquia burguesa, nas jornadas de Fevereiro conquistaram a república burguesa. Tal como a monarquia de Julho fora obrigada a anunciar-se como uma monarquia rodeada por instituições republicanas, assim a República de Fevereiro foi obrigada a anunciar-se como uma república rodeada por instituições sociais. O proletariado parisiense forçou também esta concessão.

Um operário, Marche, ditou o decreto no qual o recém-formado Governo provisório se comprometia a assegurar a existência dos operários por meio do trabalho e a proporcionar trabalho a todos os cidadãos, etc. E quando, alguns dias mais tarde, o Governo se esqueceu das suas promessas e pareceu ter perdido de vista o proletariado, uma massa de 20 000 operários dirigiu-se ao Hôtel de Ville gritando: Organização do trabalho! Criação de um ministério especial do Trabalho! A contragosto e depois de longos debates, o Governo provisório nomeou uma comissão especial permanente encarregada de encontrar os meios para a melhoria das classes trabalhadoras! Essa comissão era constituída por delegados das corporações de artesãos de Paris e presidida por Louis Blanc e Albert. Para sala de sessões foi-lhes destinado o Palácio do Luxemburgo. Assim, os representantes da classe operária foram afastados da sede do Governo provisório, tendo a parte burguesa deste conservado exclusivamente nas suas mãos o verdadeiro poder do Estado e as rédeas da administração; e, ao lado dos ministérios das Finanças, do Comércio, das Obras Públicas, ao lado da Banca e da Bolsa ergueu-se uma sinagoga socialista, cujos sumo-sacerdotes, Louis Blanc e Albert, tinham como tarefa descobrir a terra prometida, pregar o novo evangelho e dar trabalho ao proletariado de Paris. Diferentemente de qualquer poder estatal profano não dispunham nem de orçamento, nem de poder executivo. Era com a cabeça que tinham de derrubar os pilares da sociedade burguesa. Enquanto o Luxemburgo procurava a pedra filosofal, no Hôtel de Ville cunhava-se a moeda em circulação.

E, contudo, as reivindicações do proletariado de Paris, na medida em que ultrapassavam a república burguesa, não podiam alcançar outra existência senão a nebulosa existência do Luxemburgo.

Os operários tinham feito a revolução de Fevereiro juntamente com a burguesia; ao lado da burguesia procuravam fazer valer os seus interesses, tal como tinham instalado um operário no próprio Governo provisório ao lado da maioria burguesa. Organização do trabalho! Mas o trabalho assalariado é a organização burguesa existente do trabalho. Sem ele não há capital, nem burguesia, nem sociedade burguesa. Um ministério especial do Trabalho! Mas os ministérios das Finanças, do Comércio, das Obras Públicas não são eles os ministérios burgueses do trabalho? Ao lado deles, um ministério proletário do trabalho tinha de ser um ministério da impotência, um ministério dos desejos piedosos, uma Comissão do Luxemburgo. Do mesmo modo que os operários acreditaram poder emancipar-se ao lado da burguesia, também julgaram poder realizar uma revolução proletária dentro dos muros nacionais da França, ao lado das restantes nações burguesas. As relações de produção da França, porém, estão condicionadas pelo seu comércio externo, pelo seu lugar no mercado mundial e pelas leis deste. Como é que a França as romperia sem uma guerra revolucionária europeia que tivesse repercussões sobre o déspota do mercado mundial, a Inglaterra?

Uma classe em que se concentram os interesses revolucionários da sociedade encontra imediatamente na sua própria situação, mal se ergue, o conteúdo e o material da sua actividade revolucionária: bater inimigos, lançar mão de medidas ditadas pela necessidade da luta; as consequências dos seus próprios actos empurram-na para diante. Não procede a estudos teóricos sobre a sua própria tarefa. A classe operária francesa não se encontrava ainda neste ponto. Era ainda incapaz de levar a cabo a sua própria revolução.

O desenvolvimento do proletariado industrial está, em geral, condicionado pelo desenvolvimento da burguesia industrial. Só sob a dominação desta ganha a larga existência nacional capaz de elevar a sua revolução a uma revolução nacional; só então cria, ele próprio, os meios de produção modernos que se tornam noutros tantos meios da sua libertação revolucionária. A dominação daquela arranca então as raízes materiais da sociedade feudal e aplana o terreno no qual, e só aí, é possível uma revolução proletária. A indústria francesa é mais evoluída e a burguesia francesa é mais desenvolvida revolucionariamente do que a do resto do continente. Mas a revolução de Fevereiro, não foi ela directamente dirigida contra a aristocracia financeira? Este facto demonstrou que a burguesia industrial não dominava a França. A burguesia industrial só pode dominar onde a indústria moderna dá às relações de propriedade a forma que lhe corresponde. A indústria só pode alcançar este poder onde conquistou o mercado mundial, pois as fronteiras nacionais são insuficientes para o seu desenvolvimento. A indústria francesa, porém, em grande parte, só assegura o seu próprio mercado nacional através de um proteccionismo mais ou menos modificado. Por conseguinte, se o proletariado francês no momento de uma revolução em Paris possui efectivamente força e influência que o estimulam a abalançar-se para além dos seus meios, no resto da França encontra-se concentrado em centros industriais dispersos, quase desaparecendo sob um número muito superior de camponeses e pequenos burgueses. A luta contra o capital, na sua forma moderna desenvolvida, no seu factor decisivo, a luta do operário assalariado industrial contra o burguês industrial, é em França um facto parcial que, depois das jornadas de Fevereiro, podia tanto menos fornecer o conteúdo nacional à revolução quanto a luta contra os modos subordinados da exploração do capital, a luta do camponês contra a usura e a hipoteca, do pequeno burguês contra os grandes comerciantes, banqueiros fabricantes, numa palavra, contra a bancarrota, estava ainda embrulhada na sublevação geral contra a aristocracia financeira. Portanto, é mais do que explicável que o proletariado de Paris procurasse fazer valer o seu interesse ao lado do da burguesia, em vez de o fazer valer como o interesse revolucionário da própria sociedade, que deixasse cair a bandeira vermelha diante da tricolor[26] Os operários franceses não podiam dar um único passo em frente, tocar num só cabelo da ordem burguesa, enquanto o curso da revolução não tivesse revoltado a massa da nação situada entre o proletariado e a burguesia, os camponeses e os pequenos burgueses, contra esta ordem, contra a dominação do capital, e a não tivesse obrigado a juntar-se aos proletários como seus combatentes de vanguarda. Só à custa da tremenda derrota de Junho[27] puderam os operários alcançar esta vitória.

À Comissão do Luxemburgo, essa criação dos operários de Paris, cabe o mérito de ter revelado, de uma tribuna europeia, o segredo da revolução do século XIX: a emancipação do proletariado. O Moniteur[28] corou quando teve de propagar oficialmente os "extravagantes devaneios" que até então tinham estado enterrados nos escritos apócrifos dos socialistas e que apenas de quando em quando, como lendas remotas, meio assustadoras, meio ridículas, feriam os ouvidos da burguesia. A Europa acordou sobressaltada da sua modorra burguesa. Na ideia dos proletários, que confundiam a aristocracia financeira com a burguesia em geral; na imaginação pedante dos republicanos bem-pensantes, que negavam a própria existência das classes ou, quando muito, a admitiam como consequência da monarquia constitucional; na fraseologia hipócrita das fracções burguesas até esse momento excluídas do poder — fora abolida a dominação da burguesia com a instauração da República. Todos os realistas (Royalisten) se converteram então em republicanos e todos os milionários de Paris em operários. A frase que correspondia a esta imaginária abolição das relações entre classes era fraternité, a fraternidade universal, o amor entre irmãos. Esta cómoda abstracção dos antagonismos de classes, esta conciliação sentimental dos interesses de classe contraditórios, esta visionária elevação acima da luta de classes, a fraternité era na verdade a palavra-chave da revolução de Fevereiro. As classes estavam divididas por um simples mal-entendido. Em 24 de Fevereiro, Lamartine baptizou assim o Governo provisório: "un gouvernement qui suspend ce matenlendu terrible qui existe entre les différentes classes"[29].O proletariado de Paris regalou-se nesta generosa embriaguez de fraternidade.

Por seu lado, o Governo provisório, uma vez forçado a proclamar a república, tudo fez para a tornar aceitável pela burguesia e pelas províncias. Os terrores sangrentos da primeira república francesa[30] foram obviados por meio da abolição da pena de morte por crimes políticos; a imprensa foi aberta a todas as opiniões; o exército, os tribunais e a administração permaneceram, com poucas excepções, nas mãos dos seus antigos dignitários; nenhum dos grandes culpados da monarquia de Julho foi chamado a prestar contas. Os republicanos burgueses do National divertiam-se a trocar nomes e trajos monárquicos por velhos nomes e trajos republicanos. Para eles a república não passava de um novo trajo de baile para a velha sociedade burguesa. A jovem república procurava o seu principal mérito em não assustar ninguém, antes assustando-se constantemente, cedendo, não resistindo, a fim de, com a sua falta de resistência assegurar existência à sua existência e desarmar a resistência. Foi dito bem alto, no interior, às classes privilegiadas, e às potências despóticas, no exterior, que a república era de natureza pacífica. O seu lema era, diziam, viver e deixar viver. A isto acrescentou-se que, pouco tempo depois da revolução de Fevereiro, os alemães, os polacos, os austríacos, os húngaros e os italianos se revoltaram, cada povo de acordo com a sua situação imediata. A Rússia, ela própria agitada, e a Inglaterra, esta última intimidada, não estavam preparadas. Por conseguinte, a república não encontrou perante si nenhum inimigo nacional. Não havia, pois, nenhumas complicações externas de grande monta que pudessem inflamar energias, acelerar o processo revolucionário, impelir para a frente o Governo provisório ou atirá-lo pela borda fora. O proletariado de Paris, que via na república a sua própria obra, aclamava, naturalmente, todos os actos do Governo provisório que faziam com que este se afirmasse com mais facilidade na sociedade burguesa. Deixou de bom grado que Caussidière o empregasse nos serviços da polícia a fim de proteger a propriedade em Paris tal como deixou Louis Blanc apaziguar os conflitos salariais entre operários e mestres. Fazia point d'honneur[31] em manter intocada aos olhos da Europa a honra burguesa da república.

Nem do exterior nem do interior a república encontrou resistência. Foi isto que a desarmou. A sua tarefa já não consistia em transformar revolucionariamente o mundo, consistia apenas em se adaptar às condições da sociedade burguesa. As medidas financeiras do Governo provisório são o mais eloquente exemplo do fanatismo com que este se encarregou dessa tarefa.

Tanto o crédito público como o crédito privado estavam, naturalmente, abalados. O crédito público assenta na confiança com que o Estado se deixa explorar pelos judeus da finança. Contudo, o velho Estado tinha desaparecido e a revolução tinha sido sobretudo dirigida contra a aristocracia financeira. As oscilações da última crise comercial europeia ainda não se tinham dissipado. As bancarrotas ainda se seguiam umas às outras.

Por conseguinte, antes de rebentar a revolução de Fevereiro o crédito privado estava paralisado, a circulação obstruída, a produção interrompida. A crise revolucionária intensificou a comercial. E se o crédito privado se apoia na confiança de que a produção burguesa em toda a extensão, de que a ordem burguesa permanecem intocadas e intocáveis, como havia de actuar uma revolução que punha em questão os fundamentos da produção burguesa, a escravidão económica do proletariado, uma revolução que, perante a Bolsa, erguia a esfinge do Luxemburgo? O levantamento do proletariado é a abolição do crédito burguês pois é a abolição da produção burguesa e da sua ordem. O crédito público e o crédito privado são o termómetro económico pelo qual se pode medir a intensidade de uma revolução. No mesmo grau em que estes descem, sobem o ardor e a força criadora da revolução.

O Governo provisório queria despojar a república da sua aparência antiburguesa. Por isso, tinha, sobretudo, de procurar garantir o valor de troca desta nova forma de Estado, a sua cotação na Bolsa. Com o preço corrente da república na Bolsa o crédito privado voltou necessariamente a subir.

Para afastar até a suspeita de que não queria ou não podia honrar as obrigações contraídas pela monarquia, para dar crédito à moral burguesa e à solvência da república, o Governo provisório recorreu a uma fanfarronice tão indigna quanto pueril: antes do prazo de pagamento fixado por lei o Governo provisório pagou aos credores do Estado os juros de 5%, 41/2% e 4%. A proa burguesa, a jactância dos capitalistas despertaram subitamente ao verem a pressa escrupulosa com que se procurava comprar-lhes a confiança.

Naturalmente os embaraços pecuniários do Governo provisório não se reduziam por meio de um golpe de teatro que o privava do dinheiro à vista disponível. Já não se podia ocultar por mais tempo os apuros financeiros e foram pequenos burgueses, criados e operários quem teve de pagar a agradável surpresa que se havia proporcionado aos credores do Estado.

As cadernetas de depósito de mais de 100 francos foram declaradas não convertíveis em dinheiro. Os montantes depositados nas Caixas Económicas foram confiscados e transformados, por decreto, em dívida do Estado não amortizável. O pequeno burguês, já de si em apuros, exasperou-se contra a república. Ao receber títulos de dívida pública em vez da caderneta, via-se obrigado a vendê-los na Bolsa e, assim, a entregar-se directamente nas mãos dos judeus da Bolsa contra os quais fizera a revolução de Fevereiro.

A aristocracia financeira, que dominara na monarquia de Julho, tinha na Banca a sua Igreja Episcopal. A Bolsa rege o crédito do Estado como a Banca o crédito comercial.

Ameaçada directamente pela revolução de Fevereiro, não só na sua dominação como na sua existência, a Banca procurou desde o princípio desacreditar a república generalizando a falta de crédito. De um momento para o outro recusou o crédito aos banqueiros, aos fabricantes e aos comerciantes. Esta manobra, ao não provocar imediatamente uma contra-revolução, virou-se necessariamente contra a própria Banca. Os capitalistas levantaram o dinheiro que tinham depositado nos cofres dos bancos. As pessoas que tinham papel-moeda acorreram às caixas para o trocar por ouro e prata.

O Governo provisório podia, legalmente, sem ingerência violenta, forçar a Banca à bancarrota; tinha apenas de se comportar passivamente e abandonar a Banca ao seu destino. A bancarrota da Banca — isso teria sido o dilúvio que, num abrir e fechar de olhos, varreria do solo francês a aristocracia financeira, a mais poderosa e perigosa inimiga da república, o pedestal de ouro da monarquia de Julho. E, uma vez a Banca levada à falência, a própria burguesia tinha de considerar como uma última e desesperada tentativa de salvação que o governo criasse um banco nacional e submetesse o crédito nacional ao controlo da nação.

O Governo provisório, pelo contrário, deu às notas de Banco curso forçado. E mais. Transformou todos os bancos provinciais em filiais do Banque de France fazendo assim com que este lançasse a sua rede por toda a França. Mais tarde, como garantia de um empréstimo que contraiu junto dele, hipotecou-lhe as matas do Estado. Deste modo, a revolução de Fevereiro reforçou e alargou imediatamente a bancocracia que a havia de derrubar.

Entretanto, o Governo provisório vergava-se sob o pesadelo de um défice crescente. Em vão mendigava sacrifícios patrióticos. Apenas os operários lhe atiravam esmolas. Era necessário um rasgo de heroísmo, o lançamento de um novo imposto. Mas lançar impostos sobre quem? Sobre os tubarões da Bolsa, os reis da Banca, os credores do Estado, os rentiers[32]. os industriais? Não era este o meio da república cativar as simpatias da burguesia. Isto significava, por um lado, fazer perigar o crédito do Estado e o crédito comercial enquanto, por outro, se procurava obtê-los com tão pesados sacrifícios e humilhações. Mas alguém tinha de pagar a factura. E quem foi sacrificado ao crédito burguês? Jacques le bonhomme[33], o camponês.

O Governo provisório lançou um imposto adicional de 45 cêntimos por franco sobre os quatro impostos directos. A imprensa do governo fez crer ao proletariado parisiense que este imposto recaía preferencialmente sobre a grande propriedade fundiária, sobre os detentores dos mil milhões concedidos pela Restauração[34]. Na verdade, porém, esse imposto atingia sobretudo a classe camponesa, isto é, a grande maioria do povo francês. Os camponeses tiveram de pagar as custas da revolução de Fevereiro, neles a contra-revolução ganhou o seu material mais importante. O imposto de 45 cêntimos era uma questão de vida ou de morte para o camponês francês e este fez dele uma questão de vida ou de morte para a república. A partir desse momento, para o camponês, a república era o imposto dos 45 cêntimos, e no proletariado de Paris ele via o perdulário que vivia regalado à sua custa.

Enquanto a revolução de 1789 começou por sacudir dos camponeses os fardos do feudalismo, a revolução de 1848, para não pôr o capital em perigo e manter em funcionamento a sua máquina de Estado, anunciou-se com um novo imposto sobre a população camponesa.

O Governo provisório apenas por um meio podia remover todos estes estorvos e arrancar o Estado do seu antigo caminho: pela declaração da bancarrota do Estado. Recorde-se como, depois, Ledru-Rollin na Assembleia Nacional, recitou a virtuosa indignação com que rejeitou a pretensão do judeu da Bolsa Fould, actualmente ministro das Finanças em França. Fould tinha-lhe estendido a maçã da árvore da ciência.

Ao reconhecer as letras de câmbio que a velha sociedade burguesa sacara sobre o Estado, o Governo provisório pusera-se a sua mercê. Tinha-se tornado num acossado devedor da sociedade burguesa em vez de se lhe impor como credor ameaçador que tinha de cobrar dívidas revolucionárias de muitos anos. Teve de reforçar as vacilantes relações burguesas para cumprir obrigações que só dentro dessas relações têm de ser satisfeitas. O crédito tornou-se a sua condição de existência e as concessões ao proletariado, as promessas que lhe havia feito, outras tantas cadeias que era preciso romper. A emancipação dos operários — mesmo como mera frase — tornou-se um perigo insuportável para a nova república, pois constituía um contínuo protesto contra o restabelecimento do crédito que assenta no reconhecimento imperturbado e inconturbado das relações económicas de classe vigentes. Era preciso, pois, acabar-se com os operários.

A revolução de Fevereiro tinha atirado o exército para fora de Paris. A Guarda Nacional, isto é, a burguesia nas suas diferentes gradações, constituía a única força. Contudo, não se sentia suficientemente forte para enfrentar o proletariado. Além disso, fora obrigada, ainda que opondo a mais tenaz das resistências e levantando inúmeros obstáculos, a abrir, pouco a pouco, e em pequena escala, as suas fileiras e a deixar que nelas entrassem proletários armados. Restava, portanto, apenas uma saída: opor uma parte do proletariado à outra.

Para esse fim o Governo provisório formou 24 batalhões de Guardas Móveis, cada um deles com mil homens, cujas idades iam dos 15 aos 20 anos. Na sua maioria pertenciam ao lumpenproletariado, que em todas as grandes cidades constitui uma massa rigorosamente distinta do proletariado industrial, um centro de recrutamento de ladrões e criminosos de toda a espécie que vivem da escória da sociedade, gente sem ocupação definida, vagabundos, gens sans feu et sans aveu[35], variando segundo o grau de cultura da nação a que pertencem, não negando nunca o seu carácter de lazzaroni[29]; capazes, na idade juvenil em que o Governo provisório os recrutava, uma idade totalmente influenciável, dos maiores heroísmos e dos sacrifícios mais exaltados como do banditismo mais repugnante e da corrupção mais abjecta. O Governo provisório pagava-lhes 1 franco e 50 cêntimos por dia, isto é, comprava-os. Dava-lhes um uniforme próprio, isto é, distinguia-os exteriormente dos homens de blusa de operário. Para seus chefes eram-lhe impostos, em parte, oficiais do exército permanente, em parte, eram eles próprios que elegiam jovens filhos da burguesia que os cativavam com as suas fanfarronadas sobre a morte pela Pátria e a dedicação à República.

Assim, contrapôs-se ao proletariado de Paris, e recrutado no seu próprio seio, um exército de 24 000 jovens robustos e audaciosos. O proletariado saudou com vivas a Guarda Móvel nos seus desfiles pelas ruas de Paris. Reconhecia nela os seus campeões nas barricadas. Via nela a guarda proletária em oposição à Guarda Nacional burguesa. O seu erro era perdoável.

A par da Guarda Móvel o governo decidiu ainda rodear-se dum exército industrial de operários. O ministro Marie recrutou para as chamadas oficinas nacionais cem mil operários que a crise e a revolução haviam atirado para a rua. Debaixo daquela pomposa designação não se escondia senão a utilização dos operários para aborrecidas, monótonas e improdutivas obras de aterro a um salário diário de 23 sous. Workhouses[36] inglesas ao ar livre — estas oficinas nacionais não eram mais do que isto. O Governo provisório pensava que com elas tinha criado um segundo exército proletário contra os próprios operários. Desta vez, a burguesia enganou-se com as oficinas nacionais como os operários se tinham enganado com a Guarda Móvel. O governo tinha criado um exército para o motim.

Um objectivo, porém, fora conseguido.

Oficinas nacionais — este era o nome das oficinas do povo que Louis Blanc pregava no Luxemburgo. As oficinas de Marie, projectadas em oposição directa ao Luxemburgo, ofereciam a oportunidade, graças ao mesmo rótulo, para uma intriga de enganos, digna da comédia espanhola de criados. O próprio Governo provisório fez espalhar à socapa o boato que estas oficinas nacionais eram invenção de Louis Blanc, o que parecia tanto mais crível quanto é certo que Louis Blanc, o profeta das oficinas nacionais, era membro do Governo provisório. E na confusão, meio ingénua, meio intencional, da burguesia de Paris, na opinião, artificialmente mantida, da França, da Europa, estas workhouses eram a primeira realização do socialismo, que com elas era exposto no pelourinho.

Não pelo seu conteúdo, mas pelo seu nome, as oficinas nacionais, eram a encarnação do protesto do proletariado contra a indústria burguesa, o crédito burguês e a república burguesa. Sobre elas recaía portanto todo o ódio da burguesia. A burguesia encontrara ao mesmo tempo nelas o ponto para onde poderia dirigir o ataque logo que estivesse suficientemente robustecida para romper abertamente com as ilusões de Fevereiro. Ao mesmo tempo todo o mal-estar, todo o descontentamento dos pequenos burgueses dirigia-se contra estas oficinas nacionais, o alvo comum. Com verdadeira raiva calculavam as somas que os madraços dos proletários devoravam, enquanto a sua própria situação se tornava, dia a dia, mais insustentável. Uma pensão do Estado para um trabalho fingido, eis o socialismo! — resmungavam. As oficinas nacionais, os discursos do Luxemburgo, os desfiles dos operários através de Paris — era nisso que eles procuravam as razões da sua miséria. E ninguém era mais fanático contra as pretensas maquinações dos comunistas do que o pequeno-burguês que, sem salvação, oscilava à beira do abismo da bancarrota.

Assim, nas iminentes escaramuças entre a burguesia e o proletariado, todas as vantagens, todos os postos decisivos, todas as camadas intermédias da sociedade estavam nas mãos da burguesia ao mesmo tempo que sobre todo o continente as ondas da revolução de Fevereiro quebravam com fragor e cada novo correio trazia novos boletins da revolução, ora da Itália, ora da Alemanha, ora dos pontos afastados do sudeste da Europa, mantendo o povo num aturdimento generalizado, trazendo-lhe testemunhos constantes de uma vitória que ele deixara escapar entre os dedos.

O 17 de Março e o 16 de Abril foram as primeiras escaramuças da grande luta de classes que a república burguesa ocultava sob as suas asas.

O 17 de Março revelou a situação ambígua do proletariado, a qual não permitia nenhuma acção decisiva. A sua manifestação tinha originariamente como objectivo obrigar o Governo provisório a regressar à via da revolução e, eventualmente, expulsar os seus membros burgueses e adiar as eleições para a Assembleia Nacional e para a Guarda Nacional. Mas a 16 de Março, a burguesia representada na Guarda Nacional realizou uma manifestação hostil ao Governo provisório. Gritando: À bas Ledru-Rollin![37] dirigiu-se em massa ao Hôtel de Ville. E o povo foi obrigado a gritar em 17 de Março: viva Ledru-Rollin! Viva o Governo provisório! Fora obrigado a tomar contra a burguesia o partido da república burguesa, que lhe parecia posta em causa. E reforçou o Governo provisório em vez de o submeter a si. O 17 de Março acabou, pois, por esvaziar-se numa cena melodramática, e embora nesse dia o proletariado de Paris tivesse mais uma vez mostrado o seu gigantesco corpo, a burguesia, tanto dentro como fora do Governo provisório, ficou ainda mais decidida a dar cabo dele.

O 16 de Abril foi um mal-entendido organizado pelo Governo provisório com a colaboração da burguesia. Inúmeros operários tinham-se reunido no Campo de Marte e no Hipódromo a fim de preparar as suas eleições para o Estado-Maior da Guarda Nacional. De repente, com a rapidez de um relâmpago, espalhou-se em Paris inteira, de uma ponta a outra, o boato de que os operários se tinham reunido, armados, no Campo de Marte, sob a direcção de Louis Blanc, Blanqui, Cabet e Raspail, para daí se dirigirem ao Hôtel de Ville, derrubarem o Governo provisório e proclamarem um Governo comunista. Toca a reunir — mais tarde, Ledru-Rollin, Marrast e Lamartine discutiriam entre si a quem coube a honra da iniciativa — e numa hora surgem 100 000 homens em armas; o Hotel de Ville é ocupado em todos os pontos pela Guarda Nacional; o grito: Abaixo os comunistas! Abaixo Louis Blanc, Blanqui, Raspail, Cabet! ressoa em Paris inteira, e o Governo provisório é alvo de homenagens por parte de incontáveis delegações, todas elas prontas a salvar a Pátria e a sociedade. Quando, por fim, os operários aparecem em frente do Hôtel de Ville para entregar ao Governo provisório uma colecta patriótica que tinham efectuado no Campo de Marte descobrem, com grande espanto seu, que a Paris burguesa, numa luta fictícia montada com extrema prudência, tinha vencido a sua sombra. O terrível atentado do 16 de Abril forneceu o pretexto a que se voltasse a chamar o exército a Paris — o verdadeiro objectivo de toda aquela comédia tão grosseiramente montada — e às manifestações federalistas reaccionárias das províncias.

No dia 4 de Maio reuniu-se a Assembleia Nacional[38] saída das eleições gerais directas. O sufrágio universal não possuía o poder mágico que os republicanos da velha guarda acreditavam que tinha. Em toda a França, pelo menos na maioria dos franceses, viam eles citoyens[39] com os mesmos interesses, o mesmo discernimento, etc. Era este o seu culto do povo. Em vez deste povo imaginado, as eleições francesas trouxeram à luz do dia o povo real, isto é, os representantes das diferentes classes em que ele se divide. Vimos por que razão os camponeses e os pequenos burgueses, sob a orientação da belicosa burguesia e dos grandes proprietários fundiários ávidos da restauração, haviam sido obrigados a votar. Contudo, embora o sufrágio universal não fosse a varinha de condão por que os probos republicanos o tinham tomado, possuía o mérito incomparavelmente maior de desencadear a luta de classes, de fazer com que as diferentes camadas médias da sociedade burguesa vivessem rapidamente as suas ilusões e desenganos, de atirar de um só golpe todas as fracções da classe exploradora para o cume do Estado e, assim, arrancar-lhes a enganosa máscara, enquanto a monarquia com o seu censo fazia com que apenas determinadas fracções da burguesia se comprometessem, deixando outras escondidas atrás dos bastidores e envolvendo-as com a auréola de uma oposição comum.

Na Assembleia Nacional Constituinte, que se reuniu no dia 4 de Maio, os republicanos burgueses, os republicanos do National estavam na mó de cima. Até os legitimistas e os orleanistas[40] só sob a máscara do republicanismo burguês se atreveram a princípio a mostrar-se. Só em nome da República se podia iniciar a luta contra o proletariado.

A República, isto é, a república reconhecida pelo povo francês, data de 4 de Maio e não de 25 de Fevereiro. Não é a república que o proletariado de Paris impôs ao Governo provisório; não é a república com instituições sociais; não é o sonho que pairava perante os olhos dos combatentes das barricadas. A república proclamada pela Assembleia Nacional, a única república legítima, é a república que não é uma arma revolucionária contra a ordem burguesa, antes a reconstituição política desta, a consolidação política da sociedade burguesa, numa palavra: a república burguesa. Esta afirmação ressoou alto da tribuna da Assembleia Nacional e encontrou eco em toda a imprensa burguesa republicana e anti-republicana.

Vimos como, na verdade, a república de Fevereiro não era senão, e não podia deixar de o ser, uma república burguesa; como, porém, o Governo provisório, sob a pressão imediata do proletariado, fora obrigado a anunciá-la como uma república com instituições sociais; como o proletariado parisiense era ainda incapaz de ir além da república burguesa a não ser na representação e na fantasia; como ele agiu ao seu serviço em toda a parte em que verdadeiramente passou à acção; como as promessas que lhe haviam sido feitas se tornaram num perigo insuportável para a nova república; como todo o processo de vida do Governo provisório se resumiu a uma luta contínua contra as reivindicações do proletariado.

Na Assembleia Nacional era a França inteira que julgava o proletariado parisiense em tribunal. Ela rompeu imediatamente com as ilusões sociais da república de Fevereiro e proclamou sem rodeios a república burguesa como república burguesa, única e exclusivamente. Expulsou imediatamente da Comissão Executiva, por ela nomeada, os representantes do proletariado, Louis Blanc e Albert. Repudiou a proposta de um ministério do Trabalho especial e recebeu com tempestade de aplausos a declaração do ministro Trélat:

"Trata-se agora apenas de reconduzir o trabalho às suas antigas condições."

Tudo isto, porém, não chegava. A república de Fevereiro fora conquistada pela luta dos operários com a ajuda passiva da burguesia. Os proletários consideravam-se, pois, com razão, os vencedores de Fevereiro e apresentaram as altivas exigências do vencedor. Era preciso que os proletários fossem derrotados na rua, era preciso mostrar-lhes que sucumbiriam logo que combatessem não com a burguesia mas contra a burguesia. Assim como a república de Fevereiro com as suas concessões socialistas tivera necessidade de uma batalha do proletariado unido à burguesia contra a realeza, assim agora se tornava necessária uma nova batalha para separar a república das concessões socialistas, para se conseguir que a república burguesa fosse oficialmente o regime dominante. A burguesia tinha, pois, de, com as armas na mão, se opor às reivindicações do proletariado. E o verdadeiro berço da república burguesa não é a vitória de Fevereiro mas sim a derrota de Junho.

O proletariado acelerou esta decisão quando a 15 de Maio invadiu a Assembleia Nacional e procurou, sem êxito, reconquistar a sua influência revolucionária. Mas apenas obteve como resultado que os seus enérgicos chefes fossem entregues aos carcereiros da burguesia[34]. Il faut en finir! Esta situação tem de acabar! Com este grito, a Assembleia Nacional exprimia a sua determinação de obrigar o proletariado a uma batalha decisiva. A Comissão Executiva promulgou uma série de decretos provocatórios, como a proibição de ajuntamentos, etc. Do alto da tribuna da Assembleia Nacional Constituinte os operários foram abertamente provocados, insultados, escarnecidos. Mas o verdadeiro ponto de ataque era, como já vimos, as oficinas nacionais. Foi para estas que, numa atitude autoritária, a Assembleia Nacional Constituinte alertou a Comissão Executiva, que apenas estava à espera de ouvir claramente enunciado o seu próprio plano como ordem da Assembleia Nacional.

A Comissão Executiva começou pôr dificultar o ingresso nas oficinas nacionais, por mudar o salário ao dia para salário à peça e a desterrar para Sologne, sob pretexto de executarem obras de aterro, os operários que não fossem naturais de Paris. Essas obras de aterro eram apenas uma fórmula retórica com que se dourava o desterro, tal como os trabalhadores desiludidos que regressavam informavam os seus camaradas. Finalmente no dia 21 de Junho foi publicado um decreto no Moniteur que ordenava a expulsão violenta das oficinas nacionais de todos os operários solteiros ou a sua incorporação no exército.

Aos operários não restava escolha: ou morriam à fome ou iniciavam a luta. Responderam, em 22 de Junho, com a imensa insurreição na qual se travou a primeira grande batalha entre ambas as classes em que se divide a sociedade moderna. Foi uma luta pela manutenção ou destruição da ordem burguesa. O véu que encobria a república rasgou-se.

É conhecido como os operários, dando provas de uma coragem e genialidade inauditas, sem chefes, sem um plano comum, sem meios e sem armas na sua maioria, mantiveram em respeito durante cinco dias o exército, a Guarda Móvel, a Guarda Nacional de Paris e a Guarda Nacional que fora enviada em massa da província. É conhecida a brutalidade inaudita com que a burguesia se desforrou do medo mortal que tinha passado e massacrou mais de 3 000 prisioneiros.

Os representantes oficiais da democracia francesa estavam tão presos à ideologia republicana que só algumas semanas mais tarde começaram a pressentir o significado da luta de Junho. Estavam como que atordoados pelo fumo da pólvora em que a sua república fantástica se desfizera.

Permita-nos o leitor que descrevamos com as palavras da Neue Rheinische Zeitung a impressão imediata que a notícia da derrota de Junho provocou em nós:

"O último resto oficial da revolução de Fevereiro, a Comissão Executiva, diluiu-se como uma fantasmagoria perante a gravidade dos acontecimentos. Os foguetes luminosos de Lamartine transformaram-se nas granadas incendiárias de Cavaignac. A fraternité, a fraternidade das classes opostas, em que uma explora a outra, essa fraternité proclamada em Fevereiro, escrita em letras enormes na fachada de Paris, em cada prisão, em cada quartel — a sua expressão, a sua expressão verdadeira, autêntica, prosaica, é a guerra civil, a guerra civil na sua forma mais terrível, a guerra entre o trabalho e o capital. Esta fraternidade flamejava ainda diante de todas as janelas de Paris na noite de 25 de Junho, quando a Paris da burguesia se iluminava e a Paris do proletariado ardia, gemia e se esvaía em sangue. Esta fraternidade só durou enquanto o interesse da burguesia esteve irmanado com o interesse do proletariado. Pedantes da velha tradição revolucionária de 1793; doutrinários socialistas, que mendigavam à burguesia para o povo e a quem se permitiu longas discursatas e comprometerem-se enquanto foi necessário embalar o leão proletário; republicanos, que exigiam toda a velha ordem burguesa, descontada a cabeça coroada; oposicionistas dinásticos aos quais o destino surpreendeu com a queda de uma dinastia em vez da substituição de um ministério; legitimistas que não queriam atirar fora a libré mas somente alterar-lhe o corte — eram estes os aliados com os quais o povo fizera o seu Fevereiro... A revolução de Fevereiro foi a revolução bela, a revolução da simpatia universal, porque as oposições que nela eclodiram contra a realeza se encontraram uma ao lado da outra, tranquilamente adormecidas, não desenvolvidas, porque a luta social que constituía o seu pano de fundo apenas tinha obtido uma existência de ar, a existência da frase, da palavra. A revolução de Junho é a revolução feia, a revolução repugnante, porque o acto substituiu a palavra, porque a república pôs a descoberto a cabeça do próprio monstro ao derrubar a coroa que o protegia e ocultava. Ordem! era o grito de guerra de Guizot. Ordem! grita Sébastiani, o Guizotista, quando Varsóvia ficou nas mãos dos russos. Ordem! grita Cavaignac, o eco brutal da Assembleia Nacional Francesa e da burguesia republicana. Ordem! troava a sua metralha ao despedaçar o corpo dos proletários. Nenhuma das numerosas revoluções da burguesia francesa desde 1789 fora um atentado contra a ordem, pois todas deixavam de pé a dominação de classe, a escravidão dos operários, a ordem burguesa, muito embora a forma política dessa dominação e dessa escravidão mudasse. Junho tocou nessa ordem. Ai de ti Junho!" (N. Rh. Z, 29 de Junho de 1848.)[41]

Ai de ti Junho! responde o eco europeu.

O proletariado de Paris foi obrigado pela burguesia à insurreição de Junho. Já nisto havia a sentença que o condenava. Nem a sua necessidade imediata e confessada o levava a querer derrubar violentamente a burguesia, nem estava à altura de tal tarefa. O Moniteur teve de fazer-lhe saber oficialmente que o tempo em que a república se vira obrigada a prestar homenagem às suas ilusões já tinha passado, e só a sua derrota o convenceu desta verdade: que, no seio da república burguesa, a mais pequena melhoria da sua situação é uma utopia, uma utopia que passa a ser crime logo que queira realizar-se. Em vez das reivindicações exaltadas na forma, mas mesquinhas no conteúdo e mesmo ainda burguesas, cuja satisfação ele queria forçar a república de Fevereiro a conceder, surgia agora a audaciosa palavra de ordem revolucionária: Derrube da burguesia! Ditadura da classe operária!

Ao transformar o seu lugar de morte em lugar de nascimento da república burguesa, o proletariado obrigou-a ao mesmo tempo a manifestar-se na sua forma pura como Estado, cujo objectivo confesso é eternizar a dominação do capital e a escravidão do trabalho. Não tirando os olhos do inimigo cheio de cicatrizes, irreconciliável e invencível — invencível porque a sua existência é a condição da própria vida dela — a dominação burguesa, livre de todas as peias, tinha que imediatamente descambar no terrorismo burguês. Com o proletariado provisoriamente afastado do palco, com a ditadura burguesa reconhecida oficialmente, as camadas médias da sociedade burguesa, a pequena burguesia e a classe dos camponeses tiveram de se ligar cada vez mais ao proletariado na medida em que a sua situação se tornava mais insuportável e a sua oposição em relação à burguesia se tornava mais dura. Tinha agora de encontrar a razão das suas misérias na derrota daquele tal como outrora a haviam encontrado no seu ascenso.

Quando por toda a parte no continente a insurreição de Junho elevou a consciência de si própria da burguesia e a fez estabelecer abertamente uma aliança com a realeza feudal contra o povo, quem foi a primeira vítima dessa aliança? A própria burguesia continental. A derrota de Junho impediu-a de consolidar a sua dominação e de imobilizar o povo, meio satisfeito e meio melindrado, no escalão subalterno da revolução burguesa.

Finalmente, a derrota de Junho revelou às potências despóticas da Europa o segredo de que a França tinha de manter a todo o custo a paz com o exterior a fim de no interior levar a cabo a guerra civil. Assim, os povos que tinham iniciado a luta pela sua independência nacional foram abandonados à prepotência da Rússia, da Áustria e da Prússia, mas, ao mesmo tempo, o destino destas revoluções nacionais ficava sujeito à sorte da revolução proletária e despojado da sua aparente autonomia, da sua independência face à grande transformação social. O húngaro não será livre, nem o polaco, nem o italiano enquanto o operário for escravo!

Por fim, com as vitórias da Santa Aliança, a Europa adquiriu uma forma que faz imediatamente coincidir cada nova sublevação proletária em França com uma guerra mundial. A nova revolução francesa é obrigada a deixar imediatamente o solo nacional e a conquistar o terreno europeu, o único em que a revolução social do século XIX pode ser levada a cabo.

Portanto, só através da derrota de Junho foram criadas todas as condições no seio das quais a França pode tomar a iniciativa da revolução europeia. Só empapada no sangue dos insurrectos de Junho a tricolor se tornou bandeira da revolução europeia — bandeira vermelha!

E nós gritamos: A revolução morreu! Viva a revolução!



[1] Trata-se da revolução burguesa de 1830, em resultado da qual foi derrubada a dinastia dos Bourbons.
[2] Em francês no texto: edifício da Câmara Municipal. (Nota da edição Portuguesa.)
[3] Em francês no texto: compadre, cúmplice.. (Nota da edição portuguesa.)
[4] O duque de Orleães ocupou o trono francês com o nome de Luís Filipe.
[5] Em 5 e 6 de Junho de 1832 teve lugar em Paris uma insurreição. Os operários que nela participaram ergueram uma série de barricadas e defenderam-se com grande coragem e firmeza. Em Abril de 1834 teve lugar uma insurreição de operários em Lião, uma das primeiras acções de massas do proletariado francês. A insurreição, apoiada pelos republicanos numa série de outras cidades, particularmente em Paris, foi cruelmente esmagada. A insurreição de 12 de Maio de 1839 em Paris, na qual os operários revolucionários desempenharam também um papel principal, foi preparada pela Sociedade das Estações do Ano, sociedade secreta republicano-socialista, sob a direcção de A. Blanqui e A. Barbes; foi reprimida pelas tropas e pela Guarda Nacional.
[6] Em francês no texto: país legal, isto é: aqueles que tinham direito de voto. (Nota da edição portuguesa.)
[7] Monarquia de Julho: reinado de Luís Filipe (1830-1848), que recebeu a sua designação da revolução de Julho.
[8] Em francês no texto: designação para cafés e tabernas de má nota em Paris.
[9] Em francês no texto: crapuloso. (Nota da edição portuguesa.)
[10] Em francês no texto: Abaixo os grandes ladrões! Abaixo os assassinos! (Nota da edição portuguesa.)
[11] * Em francês no texto: A dinastia Rothschild, Os judeus reis da época. (Nota da edição portuguesa.)
[12] Em francês no texto: Nada em troco da glória! (Nota da edição portuguesa.)
[13] Em francês no texto: A paz em toda a parte e sempre! (Nota da edição portuguesa.)
[14] Em Fevereiro de 1846 foi preparada a insurreição nas terras polacas com vista à libertação nacional da Polónia. Os principais iniciadores da insurreição foram os democratas revolucionários polacos (Dembowski e outros). No entanto, em resultado da traição dos elementos da nobreza e da prisão dos dirigentes da insurreição pela policia prussiana, a insurreição geral não se realizou e verificaram-se apenas explosões revolucionárias isoladas. Só em Cracóvia, submetida desde 1815 ao controlo conjunto da Áustria, da Rússia e da Prússia, os insurrectos conseguiram alcançar a vitória em 22 de Fevereiro e criar um Governo Nacional, que publicou um manifesto sobre a abolição das cargas feudais. A insurreição em Cracóvia foi esmagada no começo de Março de 1846. Em Novembro de 1846 a Áustria, a Prússia e a Rússia subscreveram um tratado sobre a integração de Cracóvia no Império Austríaco.
[15] Sonderbund: aliança separada dos sete cantões católicos da Suíça, atrasados do ponto de vista económico; foi concluída em 1843 com o objectivo de se opor às transformações burguesas progressivas na Suíça e para defender os privilégios da Igreja e os jesuítas. A resolução da dieta suíça de Juiho de 1847 sobre a dissolução do Sonderbund serviu de pretexto para que este iniciasse, no começo de Novembro, acções armadas contra os restantes cantões. Em 23 de Novembro de 1847 o exército do Sonderbund foi derrotado pelas tropas do governo federal. Durante a guerra do Sonderbund, as potências reaccionárias da Europa ocidental, que dantes faziam parte da Santa Aliança — a Áustria e a Prússia — tentaram imiscuir-se nos assuntos suíços em benefício do Sonderbund. Guizot adoptou de facto uma posição de apoio a estas potências, tomando sob a sua defesa o Sonderbund.
[16] Santa Aliança: agrupamento reaccionário dos monarcas europeus, fundada em 1815 pela Rússia tsarista, pela Áustria e pela Prússía para esmagar os movimentos revolucionários de alguns países e manter neles regimes monarco-feudais.
[17] Anexação de Cracóvia pela Áustria, de acordo com a Rússia e a Prússia, 11 de Novembro de 1846. Guerra suíça do Sonderbund, 4/28 de Novembro de 1847. Insurreição de Palermo, 12 de Janeiro de 1848. Fim de Janeiro, bombardeamento da cidade durante nove dias pelos napolitanos. (Nota de Engels à edição de 1895.)
[18] Em Buzançais (departamento de Indre), na Primavera de 1847, por iniciativa dos operários famintos e dos habitantes das aldeias vizinhas, foram assaltados armazéns de víveres pertencentes a especuladores; isto deu lugar a um sangrento choque da população com a tropa. Os acontecimentos de Buzançais provocaram uma cruel repressão governamental: quatro participantes directos nos acontecimentos foram executados em 16 de Abril de 1847, e muitos outros foram condenados a trabalhos forçados.
[19] Em francês no texto: escroques. (Nota da edição portuguesa.
[20] Em francês no texto: merceeiros. (Nota da edição portuguesa.)
[21] Em francês no texto: lojistas. (Nota da edição portuguesa.)
[22] Guarda Nacional: milícia voluntária civil armada, com comandos eleitos, que existiu em França e em alguns outros Estados da Europa ocidental. Foi criada pela primeira vez em França em 1789, no início da revolução burguesa; existiu com intervalos até 1871. Em 1870-1871, a Guarda Nacional de Paris, para a qual entraram, nas condições da guerra franco-prussiana, amplas massas democratas, desempenhou um grande papel revolucionário. Criado em Fevereiro de 1871, o Comité Central da Guarda Nacional encabeçou a insurreição proletária de 18 de Março de 1871 e no período inicial da Comuna de Paris de 1871 exerceu (até 28 de Março) as funções de primeiro governo proletário da história. Depois do esmagamento da Comuna de Paris a Guarda Nacional foi dissolvida.
[23] Le National (O Nacional): jornal francês que se publicou em Paris de 1830 a 1851; órgão dos republicanos burgueses moderados. Os mais destacados representantes desta corrente no Governo Provisório eram Marrast, Bastide e Garnier-Pagès.
[24] Em francês no texto: República Francesa! Liberdade, Igualdade, Fraternidade! (Nota da edição portuguesa.)
[25] Legitímistas: partidários da dinastia «legítima» dos Bourbons, derrubada em 1830, que representava os interesses dos detentores de grandes propriedades fundiárias hereditárias. Na luta contra a dinastia reinante dos Orleães (1830-1848), que se apoiava na aristocracia financeira e na grande burguesia, uma parte dos legitimistas recorria frequentemente à demagogia liberal, apresentando-se como defensores dos trabalhadores contra os exploradores burgueses.
[26] La Gazette de France (A Gazeta de França): jornal que se publicou em Paris desde 1631 até aos anos 40 do século XIX; órgão dos legitimistas, partidários da restauração da dinastia dos Bourbons.
[27] Nos primeiros dias de existência da República Francesa colocou-se a questão da escolha da bandeira nacional. Os operários revolucionários de Paris exigiram que se declarasse insígnia nacional a bandeira vermelha, que foi arvorada nos subúrbios operários de Paris durante a insurreição de Junho de 1832. Os representantes da burguesia insistiram na bandeira tricolor (azul, branco e vermelho), que foi a bandeira da França no período da revolução burguesa de fins do século XVIII e do Império de Napoleão I. Já antes da revolução de 1848 esta bandeira tinha sido o emblema dos republicanos burgueses, agrupados em torno do jornal Le National. Os representantes dos operários viram-se obrigados a aceder que a bandeira tricolor fosse declarada a bandeira nacional da República Francesa. No entanto, à haste da bandeira foi acrescentada uma roseta vermelha.
[28] Insurreição de Junho: heróica insurreição dos operários de Paris em 23-26 de Junho de 1848, esmagada com excepcional crueldade pela burguesia francesa. Esta insurreição foi a primeira grande guerra civil da história entre o proletariado e a burguesia.
[29] Le Moniteur universel (O Mensageiro Universal): jornal francês, órgão oficial do governo, publicou-se em Paris de 1789 a 1901. Nas páginas do Moniteur eram obrigatoriamente publicadas as disposições do governo, informações parlamentares e outros materiais oficiais; em 1848 publicavam-se também neste jornal informações sobre as reuniões da Comissão do Luxemburgo.
[30] Em francês no texto: "um governo que acaba com esse mal-entendido terrível que existe entre as diferentes classes". (Nota da edição portuguesa.)
[31] A primeira república existiu em França de 1792 a 1804.
[32] Em francês no texto: questão de honra. (Nota da edição portuguesa.)
[33] Em francês no texto: os que possuem ou vivem de rendimentos. (Nota da edição portuguesa.)
[34] Em francês no texto: Jacques o simples, nome depreciativo com que os nobres designavam os camponeses em França. (Nota da edição portuguesa.
[35] Lazzaroni: alcunha dada em Itália aos lumpenproletários, aos elementos desclassificados; os lazzaroni eram frequentemente utilizados pelos círculos monárquico-reaccionários na luta contra o movimento democrático e liberal.
[36] Segundo a "lei sobre os pobres" inglesa, só era admitida uma forma de ajuda aos pobres: o seu alojamento em casas de trabalho (workhouses), com um regime prisional; os operários realizavam aí trabalhos improdutivos, monótonos e extenuantes; estas casas de trabalho foram designadas pelo povo de "bastilhas para os pobres".
[37] Em francês no texto: Abaixo Ledru-Rollin! (Nota da edição portuguesa.)
[38] Aqui e até à p. 257 entende-se por Assembleia Nacional a Assembleia Nacional Constituinte que funcionou de 4 de Maio de 1848 até Maio de 1849.
[39] Em francês no texto: cidadãos. (Nota da edição portuguesa.)
[40] Trata-se dos dois partidos monárquicos da burguesia francesa na primeira metade do século XIX: os legitimistas e os orleanistas. Orleanisías: partidários dos duques de Orleães, ramo secundário da dinastia dos Bourbons, que se mantiveram no poder desde a revolução de Julho de 1830 até serem derrubados pela revolução de 1848; representavam os interesses da aristocracia financeira e da grande burguesia.
[41] Em 15 de Maio de 1848, durante uma manifestação popular, os operários e artesãos de Paris penetraram na sala de sessões da Assembleia Constituinte, declararam-na dissolvida e formaram um governo revolucionário. No entanto, os manifestantes foram rapidamente dispersos pela Guarda Nacional e pela tropa. Os dirigentes dos operários (Blanqui, Barbes, Albert, Raspail, Sobrier e outros) foram presos.



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