Zur Genealogie der Moral. Eine Streitschrift Friedrich Wilhelm Nietzsche (1888) | |||
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La genealogia de la moral | The Genealogy of Morals | ||
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Nosotros los que conocemos somos desconocidos para nosotros, nosotros mismos somos desconocidos para nosotros mismos: esto tiene un buen fundamento. No nos hemos buscado nunca, –– ¿cómo iba a suceder que un día nos encontrásemos? Con razón se ha dicho: «Donde está vuestro tesoro, allí está vuestro corazón»[1]; nuestro tesoro está allí donde se asientan las colmenas de nuestro conocimiento. Estamos siempre en camino hacia ellas cual animales alados de nacimiento y recolectores de miel del espíritu, nos preocupamos de corazón propiamente de una sola cosa ––de «llevar a casa» algo. En lo que se refiere, por lo demás, a la vida, a las denominadas «vivencias», –– ¿quién de nosotros tiene siquiera suficiente seriedad para ellas? ¿O suficiente tiempo? Me temo que en tales asuntos jamás hemos prestado bien atención «al asunto»: ocurre precisamente que no tenemos allí nuestro corazón ––¡y ni siquiera nuestro oído! Antes bien, así como un hombre divinamente distraído y absorto a quien el reloj acaba de atronarle fuertemente los oídos con sus doce campanadas del mediodía, se desvela de golpe y se pregunta «¿qué es lo que en realidad ha sonado ahí?», así también nosotros nos frotamos a veces las orejas después de ocurridas las cosas y preguntamos, sorprendidos del todo, perplejos del todo, «¿qué es lo que en realidad hemos vivido ahí?», más aún, «¿quiénes somos nosotros en realidad?» y nos ponemos a contar con retraso, como hemos dicho, las doce vibrantes campanadas de nuestra vivencia, de nuestra vida, de nuestro ser ––¡ay!, y nos equivocamos en la cuenta... Necesariamente permanecemos extraños a nosotros mismos, no nos entendemos, tenemos que confundirnos con otros, en nosotros se cumple por siempre la frase que dice «cada uno es para sí mismo el más lejano»[2], en lo que a nosotros se refiere no somos «los que conocemos»... [1] Véase Evangelio de Mateo, 21; Sermón de la Montaña. [2] Nietzsche invierte aquí una conocida frase de La Andriana, de Terencio (IV, 1, 12), en el monólogo de Carino: «proxumus sum egomet mihi» (mi pariente más próximo soy yo mismo). | We are unknown, we knowers, ourselves to ourselves: this has its own good reason. We have never searched for ourselves - how should it then come to pass, that we should ever find ourselves? Rightly has it been said: "Where your treasure is, there will your heart be also." Our treasure is there, where stand the hives of our knowledge. It is to those hives that we are always striving; as born creatures of flight, and as the honey-gatherers of the spirit, we care really in our hearts only for one thing - to bring something "home to the hive!" As far as the rest of life with its so-called "experiences" is concerned, which of us has even sufficient serious interest? or sufficient time? In our dealings with such points of life, we are, I fear, never properly to the point; to be precise, our heart is not there, and certainly not our ear. Rather like one who, delighting in a divine distraction, or sunken in the seas of his own soul, in whose ear the clock has just thundered with all its force its twelve strokes of noon, suddenly wakes up, and asks himself, "What has in point of fact just struck?" so do we at times rub afterwards, as it were, our puzzled ears, and ask in complete astonishment and complete embarrassment, "Through what have we in point of fact just lived?" further, "Who are we in point of fact?" and count, after they have struck, as I have explained, all the twelve throbbing beats of the clock of our experience, of our life, of our being - ah! - and count wrong in the endeavour. Of necessity we remain strangers to ourselves, we understand ourselves not, in ourselves we are bound to be mistaken, for of us holds good to all eternity the motto, "Each one is the farthest away from himself" - as far as ourselves are concerned we are not "knowers." | ||
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