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Also sprach Zarathustra. Ein Buch für Alle und Keinen
Friedrich Wilhelm Nietzsche
(1885)

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Also sprach Zarathustra. Ein Buch für Alle und Keinen Así habló Zaratustra.
11
Als Zarathustra dreissig Jahr alt war, verliess er seine Heimat und den See seiner Heimat und ging in das Gebirge. Hier genoss er seines Geistes und seiner Einsamkeit und wurde dessen zehn Jahr nicht müde. Endlich aber verwandelte sich sein Herz,—und eines Morgens stand er mit der Morgenröthe auf, trat vor die Sonne hin und sprach zu ihr also:

„Du grosses Gestirn! Was wäre dein Glück, wenn du nicht Die hättest, welchen du leuchtest!

Zehn Jahre kamst du hier herauf zu meiner Höhle: du würdest deines Lichtes und dieses Weges satt geworden sein, ohne mich, meinen Adler und meine Schlange.

Aber wir warteten deiner an jedem Morgen, nahmen dir deinen Überfluss ab und segneten dich dafür.

Siehe! Ich bin meiner Weisheit überdrüssig, wie die Biene, die des Honigs zu viel gesammelt hat, ich bedarf der Hände, die sich ausstrecken.

Ich möchte verschenken und austheilen, bis die Weisen unter den Menschen wieder einmal ihrer Thorheit und die Armen einmal ihres Reichthums froh geworden sind.

Dazu muss ich in die Tiefe steigen: wie du des Abends thust, wenn du hinter das Meer gehst und noch der Unterwelt Licht bringst, du überreiches Gestirn!

Ich muss, gleich dir, untergehen, wie die Menschen es nennen, zu denen ich hinab will.

So segne mich denn, du ruhiges Auge, das ohne Neid auch ein allzugrosses Glück sehen kann!

Segne den Becher, welcher überfliessen will, dass das Wasser golden aus ihm fliesse und überallhin den Abglanz deiner Wonne trage!

Siehe! Dieser Becher will wieder leer werden, und Zarathustra will wieder Mensch werden.“

—Also begann Zarathustra’s Untergang.


CUANDO Zaratustra tenía treinta años, dejó su casa y el lago de su casa, y se fue a las montañas. Allí disfrutó de su espíritu y su soledad, y durante diez años no se cansó de ello. Pero al fin su corazón cambió, y levantándose una mañana con el rosado amanecer, se presentó ante el sol y le habló así
¡Tú, gran estrella! ¡Qué sería de tu felicidad si no tuvieras a aquellos por los que brillas!
Durante diez años has subido hasta mi cueva: te habrías cansado de tu luz y del viaje, si no fuera por mí, mi águila y mi serpiente.
Pero te esperábamos cada mañana, tomábamos de ti tus desbordes y te bendecíamos por ello.
He aquí que estoy cansado de mi sabiduría, como la abeja que ha recogido demasiada miel; necesito manos extendidas para tomarla.
Me gustaría conceder y distribuir, hasta que los sabios vuelvan a estar alegres en su locura, y los pobres felices en sus riquezas.
Por eso he de descender a las profundidades: como tú lo haces al atardecer, cuando vas detrás del mar, y das luz también al mundo inferior, ¡exuberante estrella!
Como tú debo descender, como dicen los hombres, a quien descenderé.


Bendíceme, pues, tú, ojo tranquilo, que puedes contemplar incluso la mayor felicidad sin envidia.
Bendice la copa que está a punto de desbordarse, para que el agua salga dorada de ella, y lleve a todas partes el reflejo de tu dicha.
¡Hola! Esta copa va a vaciarse de nuevo, y Zaratustra va a ser de nuevo un hombre.
Así comenzó el descenso de Zaratustra.




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